Volverte a Encontrar

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Si acaso te volviera yo a encontrar... alguna vez...


El ingreso de un intruso a las inmediaciones del FBI era evento inconcebible.

Desde su ascenso, se había asegurado de fortalecer la seguridad de la sede con el motivo de mantener tranquilos a sus superiores, advertir posibles problemas futuros y prolongar la seguridad de sus nuevos agentes evitando bajas innecesarias.

¿Cómo era posible que durante su ausencia las cosas se descolocaran a tal punto en el que los guardias dejaran ingresar a un completo extraño, con una cubierta digna de un novato y portando el nombre y apellido de dos agentes federales?.

Ya era el colmo.

Las charlas y amonestaciones estaban dadas. Como castigo, los agentes responsables del fallo en el área de seguridad tenían que localizar al gilipollas que se había atrevido a ingresar a su oficina y dejar una caja sacada de la basura como si sólo hubiese querido corroborar qué tan elevada y meticulosa resultaba ser la protección del FBI.

Cosa que logró, porque prácticamente le dieron pase libre para entrar y salir como Pedro por su casa.

Aquello le jodía enormemente, cuando sus superiores se vieran enterados de lo ocurrido esa tarde, la mierda le iba a caer a él. Estaba haciendo lo mejor que podía, llevar los casos y el cargo de director no era cosa fácil, no cuando tenía que hacerlo sólo. Al no tener nadie de confianza en quién apoyarse, todo dependía de sus habilidades. Eso y cuatro jarras al día del asqueroso café que preparaba Abdul.

En momentos como este, sentía que las tardes nunca se habían sentido tan tristes, ni las noches tan oscuras y frías. El tiempo seguía corriendo y Viktor aún no llegaba a acostumbrarse del todo a su nuevo estado de soledad. Después de todo aquella sensación resultó ser completamente diferente a la de antes, puesto que sabía que indiferente a la distancia, tenía el apoyo moral y mejores deseos de sus amigos con quienes mantenía comunicación cada cierto tiempo.

Sin embargo, le era imposible ignorar el hecho de que la ausencia de una persona en especial había hecho mella en él. No de la forma que esperaba, él comisario de hielo no iba a volver. Este Volkov estaba roto de una manera completamente distinta a su versión más jóven.

Después de todo, el desamor es una enfermedad que sólo puede combatirse con rutina, y él era un experto en eludir el dolor de esa manera.

Es por eso que aquella situación lo tenía al tope del estrés, sin ánimos de nada tomó asiento en su sitio designado y masajeó su cien con la yema de sus dedos en busca de algo de alivio que no encontró. De reojo, observó la foto enmarcada de él y su hermana ubicada a un lado de su computador y tomándola entre sus manos susurró:

- Aleksandra, dame fuerzas para seguir adelante... Sigo sin saber cómo proceder, estoy... muy perdido desde que se fue.

«Solo quiero saber si él es feliz.»


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Para Boris, en definitiva las noches eran donde peor se pasaba la ruta. Si bien se conseguía mayor clientela y en consecuencia, se ganaba buen dinero, los contras eran más difíciles de sobrellevar. Tratar con gente déspota y asqueada del mundo luego de un largo día de trabajo era lo de menos. Jóvenes escandalosos saliendo de fiesta, borrachos y parejas melosas eran lo que más abundaban a estas horas de la noche además de ser una clara muestra del por qué siempre trataba de cubrir el horario diurno.

Ya había vivido demasiado como para tener que soportar aquello, sin embargo, su compañero no estaba moviendo el negocio de los Nfts como esperaba. El potencial que Mamedov poseía para conseguir contactos equivalía perfectamente con su incapacidad para concretar los tratos y sacar cuentas. Taxear de noche era la forma más rápida de matar tres pájaros de un tiro: hacer dinero, conseguir contactos y futuros clientes a los cuales estafar.

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