Capítulo 16; Dios, si estás ahí...

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"(Nombre)..."

Confundida, miró hacia los lados.

"(Nombre), déjame verte."

Siguió donde creía que provenía esa voz. Sin miedo, pues esta era tan tranquila y familiar que, lo que menos tenía era miedo.

"¡(Nombre)! ¡Ayúdame!"

La voz cambió. No era la misma. Se trataba de una asustada, suplicando, rogando por salvación, que incluso le dio escalofríos y sintió el mismo terror.

Se llevó ambas manos al pecho ante tal sensación. Ese miedo... jamás sintió algo como eso.

"¡Hermana!"

Volteó velozmente, viendo horrorizada de quién era la voz.

— Rafael.... Estaba paralizada. El nombrado estaba encadenado, arrodillado a unos pasos de ella, se le notaba tan cansado y herido. Tenía fuertes heridas, incontables puñaladas, cortes y sangre saliendo de su boca, parecía estar a punto de desmayarse, pero daba un intento por hablar.

Se tambaleó, pero en cambio bajó la cabeza intentando recuperar fuerzas.

"Huye..."

¿Qué...? Dio un paso adelante.

Rafael levantó la mirada y parecía asustado, pero no de ella, se lo decían sus ojos.

Un aliento tibio apareció cerca de su oreja, lo cual la alertó y la dejó temblando. Aquella voz que le dio paz, susurró con un pequeño toque burlón;

"Te encontré."

(...)

Sus ojos se abrieron con pesadez. Cuando recobró consciencia su primer pensamiento fue Meliodas.

Volteó rápidamente, y lo vio dormir a su lado, sin dar indicios de despertar pronto. Soltó en silencio todo el aire que pudo. Se llevó las manos al cabello frustrada, luego las bajó hasta su rostro.

"Dios, si estás ahí..." Vio de reojo a Meliodas, parecía tan a gusto, se veía tan tranquilo que, no pudo evitar llevar su mano a su suave cabello rubio.

Aquella acción la tranquilizó. De verdad él estaba ahí con ella, y suspiró una vez más aliviada por ello.

Su tranquilidad duró muy poco. Vio en su muñeca el brazalete dorado que estaba en su muñeca con cierto disgusto. Había tomado una decisión.

Volvería al Paraíso.

Necesitaba ayuda para asegurarse de que Meliodas estaría a salvo, ella no era muy fuerte y una batalla contra Lucifer no sería fácil para ella, tal vez con un poquito de suerte los Diez Mandamientos juntos le ganarían.

Lo mejor que podía hacer, era pedirle ayuda a su Padre. Además, luego de ese sueño, tenía miedo de no saber como estaba Rafael.

Cuando salió de sus pensamientos, se dio cuenta que ahora acariciaba la mejilla del rubio, pero poco le importó.

Ahora no era el mejor momento para irse. Aparentemente, se avecinaba una Guerra y no podía ni quería dejar a Meliodas solo. Ambos, para su desgracia, tenían bastante dependencia hacía el otro. Era lo más difícil de todo, no por nada abandonó a toda su familia y mundo por él.

Mi Ángel | Meliodas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora