Kakucho odiaba su cicatriz, no podía verla y los niños del orfanato no ayudaban poniéndole motes como "Monstruo" o "Cabeza rota".
Tampoco faltaban que los niños mayores que lo golpeaban algunas veces "por asustar a los pequeños". Todos los días eran iguales, hasta que un 9 de abril alguien comenzó a golpear a quienes pegaban a Kakucho.
Un chico de pelo blanco, ojos morados y tez moreno agarro la mano del menor y corriendo entraron a una habitación que Kakucho desconocía. El mayor curaba las pequeñas heridas que le provocaron al otro.
—¿Por qué me ayudas...? —No es justo —Pero soy un monstruo... —No lo eres—dijo sentándose al lado del chico. —Mi cicatriz —Me gusta—incrédulo el otro miró al de tez morena—tuviste un accidente, ¿no? —Sí... —Esa marca muestra que eres un superviviente —¿Superviviente...? —Si, fuiste elegido para vivir
Kakucho se hizo bolita, escondió su rostro entre sus piernas sollozando. El mayor no sabía que hacer, no conocía el chico y ni siquiera le habían enseñado que hacer en estos casos.
Lentamente abrazó al chico y dio besos en la marca, sentía con el algo diferente, por alguna razón podía ser cariñoso sintiendo que fuera obligado.
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Pasados los días, Izana daba besos en la cicatriz cada vez que el pequeño se sentía mal o le decían algo, gracias a esas acciones, Kakucho fue queriendo poco a poco su marca.
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