El retorno

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-Mi niña, estás segura de que debemos volver? Estás a tiempo de echarte para atrás. Solo mandas un correo a tus jefes y les dices que te arrepentiste, le dijo Yaya a Alicia, mientras caminaba de un lado a otro, ayudando a hacer las maletas.

-No, nana. Ya está bueno de huir. En Guerrero ya no hay nada que me pueda causar más daño. El señor Montiel (así se refería a su papá) dejó de intimidarme hace tiempo.

Y es que Alicia, desde que pudo, se hizo independiente y dejó de recibir los recursos que le mandaba su papá. Incluso, desde que era estudiante.

 En cuanto se hizo la mejor en la carrera solicitó una beca y trabajó como bar tender, vendedora y hasta mesera, para pagar la renta y sus gastos, más los de su Yayita.

Luego, una vez graduada comenzó a trabajar con unos amigos en un bufete y después en la Fiscalía, donde poco a poco fue ganando reputación.

Para cuando tenía 35 años, ya era una abogada con prestigio, incorruptible y respetada.

Alicia se había convertido en una mujer fuerte y hasta intimidante. Todo, sin tomar en cuenta lo hermosa que era. Si de adolescente era muy bella, la mujer que regresaba a guerrero era despampanante. Delgada, de cuerpo perfecto, cabello largo y castaño.

Ella estaba acostumbrada a llamar la atención por su belleza, pero más disfrutaba cuando, por encima de lo físico, imponía su carácter y sobre todo sus dotes como abogada y defensora de los necesitados de justicia.

En cuanto al amor, ella pensaba que no había nacido para eso. Le costaba confiar y más enamorarse. Disfrutaba de su sexualidad, pero siempre se empeñó en no comprometerse. Era de las mujeres a quienes el amor a una persona las marca para siempre.

-Mi niña, ten... le dijo Yaya y le entregó, como todos los 8 de octubre, un pastelito. Yo sé que no te gusta celebrar tu cumpleaños, pero yo siempre te diré que no se debe dejar pasar debajo de la mesa. No se cumplen 40 años todos los días, ni se llega a donde tú estás por propio esfuerzo.

-Mi Yayita adorada, le dijo ella, abrazándola y soplando la velita del pastel.

Viniendo de ti, recibo lo que sea. Yo sé que lo haces con el amor de la madre que eres para mí. MI viejita, que también va a cumplir sus 70 y aquí está, entera.

-Silencio, niña, dijo riendo, que no se dice la edad así como si nada. Yo, al cumplir 50, dejé de cumplir, replicó, con una carcajada.

Ese día, 8 de octubre de 2022, Alicia regresaría al lugar donde todo comenzó.

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Martín, Marcus y Julieta esperaban en el aeropuerto internacional de Berlín.  Julieta, a pesar del divorcio, seguía amando a Martín y fue al aeropuerto a despedirse de él y de su hijo. Cuando estuvo a solas con Marcus, mientras Martín atendía una llamada, Julieta le entregó un bolso pequeño a su hijo.

-No me preguntes por qué, pero te quise dar este paquete hoy. Son las cosas con las que te encontraron, cuando eras pequeño. Guárdalo contigo, es tuyo, le dijo. 

Pero no le digas a tu papá que te lo di, él no sabe que lo tenía, nunca se lo dije y ahora si me preguntas, no sé por qué, pero quiero que lo tengas,  le explicó.

Marcus abrió su maleta de mano y guardó el bolsito, sin la menor curiosidad.


Martín Había acordado con el Ejecutivo de Pemex que ese 8 de octubre viajaría a México, para concretar los convenios con la empresa de la que él era dueño. Sus padres adoptivos habían muerto hacía unos años y le heredaron  todo. Por ello, era millonario.

-No estés nervioso papá, dijo Marcus. Ten en cuenta que vas a regresar a tu país, a ver a tu gente. No importa el dolor, eso ya pasó, los años han pasado, dijo el muchacho, quien a sus 24 años conservaba una inocencia que a todos conquistaba, pero también era muy maduro.

Para ellos, era increíble como al pasar los años, ambos se parecían mucho, a excepción de los ojos.

Julieta y Martín pensaron siempre que Marcus estaba en sus destinos.

El joven se convirtió en su confidente y una vez que Martín estaba triste, se abrió con él y le contó lo que le pasó cuando tenía 18 años. También le contó de Alicia, de su gran amor, de la joya MARLICIA y de su misión: hacer justicia.

-Yo te voy a ayudar y acompañar, si puedes hacer justicia, te apoyo, pero tampoco te apures, le dijo el jovencito.

Martín solo atinó a abrazarlo y a dar gracias por "este hijo" que llegó a él de la manera más inesperada.

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Ya en el aeropuerto de ciudad de México, Alicia y Yaya esperaban su vuelo para la ciudad de Acapulco que se había retrasado por una tormenta.

 Mientras, por los altavoces se escuchaba: "señores pasajeros, el vuelo procedente de la ciudad de Berlín está arribando por la puerta 8".

Alicia y Yaya estaban cerca de las puertas de abordaje del aeropuerto internacional, sentadas, esperando por el aviso para el vuelo hacia Acapulco.

Ella, estaba distraída con su tablet y yaya leía una revista.

De pronto, Alicia levantó la mirada y le pareció ver a un hombre joven muy parecido a Martín.

-No puede ser, dijo para sí. Puso más atención y se fijó en que era un muchacho que salía de la puerta por la que llegaba el avión de Alemania.

Se le quedó viendo fijamente, pero, Yaya llamó su atención, porque estaban anunciando el vuelo para Acapulco.

-Yayita, ese muchacho, dijo señalando hacia la puerta, te juro que era igual a Martín.

-¿Quién? Preguntó la nana, mirando en dirección a la mano que Alicia tenía extendida y señalando al vacío.

-Ese, respondió, pero, ya no había nadie. Es decir, había mucha gente. Lo que Alicia alcanzó a ver, a lo lejos, fue lo que le pareció la cabeza del joven, acompañado por otro hombre, un poco más alto que,  se veía que le despuntaban algunas canas.

Nada Yayita, ya se fue. Estoy loca, dijo y sonrió, recordando a su Martín. 

No hay día en que no te recuerde, pensó y suspiró, agarrando la cadenita  con el anillo que 26 años atrás Martín le dio como regalo por sus 14 años,   que colgaba de su cuello y que nunca se quitaba.

CONTINUARÁ









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