Decir la verdad

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Alicia estaba en su casa y esperaba  Fedora, quien por fin se pudo desocupar de sus pendientes como primera dama del estado. Ya llevaba 15 días en Acapulco y pudo alquilar una casa modesta donde se mudó con Yaya.

Si algo había aprendido en sus años como abogada, era que debía vivir modestamente, sin ostentaciones innecesarias, y menos ahora que tenía un cargo que la ponía en el ojo del huracán.

Pensaba en su amiga y en las vueltas del destino, porque habría creído cualquier cosa, antes que ver a su mejor amiga casada "con el idiota de Sergio Carranza".

Recordaba que cuando eran niñas y adolescentes, Fedora nunca le comentó nada y llegó a la conclusión de que no lo hizo, por el amor que le tenía. Era su mejor amiga y se calló que estaba enamorada de un muchacho que no le correspondía.

-Amiga querida, dijo Fedora, al entrar como una tromba al salón donde Alicia la esperaba. Seguía siendo la misma rubia escandalosa que más de una pena hizo pasar a su papá, por ser el director del colegio.

Alicia la recibió nuevamente con un abrazo y comenzaron a conversar. 

-Cuéntame. ¿Cómo es eso que te casaste con Sergio? No te molesta que te pregunte, verdad?, le dijo Alicia.

Yo sé que me fui por muchos años y que jamás escribí, ni dije nada. Pero, ya sabrás por qué lo hice. Aun así, jamás he dejado de pensar en ti, ni de quererte, agregó, con los ojos llorosos.

-Lo sé amiga ingrata, respondió Fedora, también con lágrimas en los ojos. 

Lloré mares cuando nos dijeron que habías muerto, así como lloré por la muerte de Martín. Y mira ahora, mis dos amigos regresaron el mismo día. Es maravilloso, expresó.

-Voy a confiar en ti, dijo Alicia, pero júrame que no le dirás nada a nadie.

Alicia le contó de su embarazo, de cómo su papá la obligó a encerrarse en la finca. Lloró al contarle como recibió la noticia de la muerte de Martín y que no se derrumbó porque esperaba un hijo de él.

Apenas podía contener el llanto cuando le dijo que había tenido mellizos. Alicia y Martín. Le explicó el por qué de los nombres y le habló de a joya MARLICIA.

Fedora quedó espantada cuando Alicia, bañada en llanto y con las manos en la cara, le contó sobre el dolor más grande de su vida: el robo de sus hijos.

-Me volví literalmente loca. Estuve años en terapia, años encerrada por la depresión. Hasta que logré salir y dedicarme a mi carrera. 

¿Ahora entiendes por qué nunca regresé y preferí que siguiera creyéndome muerta? Nunca he podio enfrentar a mi papá, luego de que me declaró muerta para él.

Pero, decidí regresar porque ahora estoy fuerte y además, vengo a hacer justicia. Si no por lo que hicieron con mis hijos, lo haré por la cantidad de injusticias que se cometen en este estado, la impunidad, la cantidad de secuestros de niños que nunca se resuelve. Aunque sea, si logro mandar a la cárcel a unos cuantos, estoy satisfecha, dijo, con apasionamiento.

-Amiga, te entiendo. Pero, disculpa que te lo diga, Martín está vivo. ÉL te explicará sus razones para haberse mantenido lejos, sin regresar y que todos creyéramos que estaba muerto. Pero, debe saber que quedaste embarazada, que tuviste a sus hijos.

-No, no me atrevo, no puedo. ¿Cómo le digo eso? Me siento culpable. En las terapias me decían que no, que yo no tuve a culpa. Pero he vivido con eso muchos años y no puedo con esa culpa, explicó llorando.

-Debes hacerlo. Martín era un muchacho tan bueno. Te adoraba y estoy segura de que sigue siendo un hombre bueno y te va a comprender. 

-Lo voy a meditar. Pero es tan delicado, tan doloroso. Supe que Martín tiene un hijo y que vino con él. Tal vez eso ayude a que lo que le diga no le afecte tanto, argumentó Alicia.

- Su hijo es adoptado, amiga. Si vieras lo guapo que es. ¿No lo viste en la fiesta? Yo creo que debes decirle la verdad y enfrentar lo que siga después. Eres la "dama de acero", dijo Fedora, abrazado a su amiga.

-Sí, estoy consciente de que debo hacerlo, solo necesito valor, expresó Alicia.

Ellas pasaron la tarde conversando, Pero, Fedora esquivó el tema de Sergio.

-Hay algo que no me cuentas. Puede que haya dejado de verte en estos 25 años, pero sigues siendo la misma. Esos ojos tristes no mienten, dijo Alicia.

-Otro día te lo cuento, amiga, lo juro. Hoy no, dijo tajante, se puso de pie y se despidió. 

Esa noche,  Alicia trataba de dormir y no podía. Hubo un momento en el cual cerró los ojos , pero tuvo una pesadilla de esas que la estremecían. Solo que en ella vio a sus hijos grandes. La miraban de lejos, la señalaban y miraban con rencor.

Cuando despertó, una silueta para al borde de su cama, la asustó.

-¿Quién es? Preguntó, pensando que aún estaba soñando.

-Soy Martín, Alicia. 

CONTINUARÁ








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