Marcus llevaba días levantándose tarde a causa del cambio de horario y esa mañana decidió vencer su sueño y salir de la cama, para terminar de acostumbrarse.
Tenías unos meses de vacaciones antes de comenzar la universidad en Estados Unidos y quería disfrutar tanto con su padre, como con su familia, su tía Maruja, el Diablo y en especial, Alicia.
Con ella sentía una conexión muy especial y no era de tipo sexual. Sentía como conociera de toda la vida a la joven, quien tenía más o menos su misma edad.
Desde pequeño sintió que le faltaba una parte de sí. Esa era una de las razones de su timidez y encierro, pero eso no quería decir que fuese un niño agresivo. Todo lo contrario. En el orfanato ubicado en Berlín, donde creció desde que lo llevaron casi recién nacido, todos lo querían.
Sin embargo, nunca tuvo "tanta suerte" como otros niños, de ser adoptado desde pequeñín. Y cuando se ponía triste por ello, las monjas del orfanato le consolaban y le decían que Dios le estaba guardando unos papis cariñosos que lo harían feliz.
Siempre recordaba el día aquel, cuando tenía 11 años, y llegaron Martín Schmidt y su esposa, Julieta.
Él sintió algo muy fuerte, cuando vio a Martín paseando, más bien perdido, entre los pasillos del orfanato.
-¿Estás perdido? Preguntó el pequeño, viendo cómo Martín había pasado dos veces por el lugar donde se encontraba la sala de pintura.
- Imagino que sí, dijo Martín, con una enorme sonrisa, al ver al pequeño que lo miraba con cara de burla.
¿Cómo te llamas?, preguntó.
-Marcus, dijo el niño, quien extendió la mano, a lo que Martín respondió, agradado, por la buena vibra y simpatía que le inspiraba.
Marcus lo guió por los jardines hasta que lograron salir hacia el patio central donde Julieta lo esperaba, rodeada de otros niños, más pequeños.
-Te presento a Marcus, mi amor. Él es un guía experto, dijo Martín, haciendo un guiño al pequeño.
Julieta se agachó hasta alcanzar la carita del pequeño y le dio un beso en la mejilla.
-Gracias, señor Marcus, le dijo, también con una gran sonrisa.
Desde ese día, Martín y Julieta sintieron algo muy especial por el pequeño y fueron al lugar varias veces, hasta que se convencieron de que él era el indicado para convertirlo en su hijo, sin importar que ya tuviera 11 años.
La directora de la Institución les contó que no sabían mucho de su origen, solo que lo llevaron al lugar, cuando tenía no más de un mes de nacido. Las personas que lo encontraron en el puerto de Hamburgo, abandonado cerca de unos botes, lo llevaron a la policía y tras los trámites de rigor, un juez de menores decidió que lo llevaran a Berlín.
Cuando Julieta acudió al orfanato a finiquitar el papeleo de la adopción, la monja le entregó un paquete con la ropa con que encontraron al bebé.
-Este objeto, más bien, joya, estaba prendida de la ropa del bebé. La guardamos porque pensamos que seguro significaba algo importante para las personas que por alguna razón lo abandonaron, explicó.
Como puede ver, es la mitad de una prenda en forma de sol y luna, con la palabra "MAR". Por eso le pusimos por nombre Marcus. Quiero que la conserve, agregó.
Julieta guardó el paquete, pero nunca se la mostró a Martín, porque creía que no era necesario guardar algo del pasado, puesto que la vida de Marcus sería otra desde ese momento.
...
Marcus entraba a la cocina para servirse un café. Allí estaba Alicia, con un bebé de unos 10 meses en brazos, que lloraba pidiendo su "tete".
-Perdón por no haberte puesto mucha atención estos días, Alicia. Pero sabes que he estado ocupado con mi papá, decía Marcus, haciendo carantoñas al pequeño para que se distrajera, mientras Alicia hacía maromas con el biberón en una mano y el niño en el otro brazo.
-No te preocupes, entiendo. Además, este gordito me tiene bastante ocupada con eso de que le salieron sus primeros dientes y se pasa de consentido, decía para luego besar las mejillas redondas y rosadas de su hijo.
-Es hermoso, dijo Marcus.
¿Me permites?, dijo extendiendo los brazos para que Alicia le dejara cargar al bebé.
-Claro, le respondió, y se lo pasó.
Pero a veces no se lleva bien con extraños y ahora que tiene las molestias de los dientes está más caprichoso.
No obstante, para sorpresa de ambos, el pequeño Moisés, no solo no lloró cuando Marcus le cargó, sino que lanzó una enorme sonrisa y rodeó con sus bracitos robustos el cuello del muchacho.
-Increíble, dijo Alicia, sorprendida.
Lo mismo pasó cuando tu papá lo cargó ayer, cuando vino a tomar café. Solo se le lanzó a los brazos, dijo, sonreída.
¿Y su papá?, preguntó Marcus, mientras le hacía caras al pequeño.
Alicia se quedó callada y su mirada se tornó triste.
-Él murió cuando yo tenía 5 meses de embarazo. Tuvo un accidente de carretera, respondió, con los ojos a punto de las lágrimas.
-Lo lamento, soy un idiota. Por favor, disculpa mi indiscreción, se excusó Marcus, apenado.
-No te preocupes, no tenías por qué saberlo, dijo, enjugándose las lágrimas y sacando una sonrisa, para luego hacer un gesto para que Marcus le pasara al bebe, y así poder alimentarlo.
¿Sabes? Te he estado observando y es increíble cómo te pareces a Martín. El Diablo nos dijo que tu parecido con él era increíble, pese a que eres adoptado. Pero, te veo y me sorprendo siempre. No te molesta que lo diga, verdad?, preguntó Alicia.
-No, para nada. Yo me siento orgulloso del padre que tengo y de parecerme a él, aunque no llevemos la misma sangre. Creo que estábamos destinados a ser padre e hijo. Siempre he pensado eso y desde que él y mi mamá, Julieta, me adoptaron, me hicieron sentir como su hijo, explicó orgulloso.
-Nuestras historias, se puede decir que son parecidas. Hace casi 25 años unos niños me encontraron cerca de aquí, en el bosque, por la desembocadura del río y me trajeron a esta casa. Mi mamá Maruja me cuidó desde entonces y luego hizo los trámites para adoptarme.
Crecí feliz y junto a mi padrino, El Diablo, me he sentido como en familia. Y, si me permites, lo mismo me pasa contigo y Martín. Los siento cercanos, como si los conociera de toda la vida, comentó ella, mientras le daba el biberón a Moisés.
-También siento lo mismo. Es una sensación rara. Igual, me parece que te conozco de toda la vida, dijo Marcus, pasando el dorso de su mano por la mejilla de la muchacha.
De pronto, Maruja entró a la cocina y una imagen la llevó al pasado, 27, 26 y 25 años atrás.
Le parecía que tenía delante de sí a Alicia Montiel y Martín Guerra, jovencitos.
Marcus era el retrato de Martín y, Alicia, aunque rubia y de ojos azules, era como la hermanita menor de aquella Alicia que creyeron muerta y que ahora había regresado, convertida en la jefa del Ministerio Público del estado de Guerrero.
CONTINUARÁ
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La Ausencia
General FictionUna historia llena de intriga y amor que unió a Martín y Alicia para toda la vida