Capítulo 35: Almas gemelas

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22 de diciembre, 2018

Tuvieron que sedarme dos veces, porque no podía dejar de gritar ni de llorar. Bella durmió conmigo, procurando que en la madrugada no tuviera pesadillas, y pasando las seis de la mañana vino Hans, tenerlos a los dos conmigo, fue como una medicina. Lloré contra sus pechos como una niña, liberándome del dolor, pero con solo llorar no era suficiente, tenía tantas ganas de gritar, sin embargo, no podía, el sedante que me inyectaban llegaba hasta mi cerebro y me dolía.

Mis padres insistieron que no fuera a la iglesia, debía quedarme en cama para descansar. Nunca fui grosera con ellos, jamás tuve el atrevimiento de alzarles la voz, pero cuando se trataba de alguien que hizo de mi vida una maravilla, no podía quedarme en silencio. La ira que aún tenía dentro, salió a relucir con ellos, me sentí una hija malcriada cuando les grité que ellos no mandaban en mi vida, y que se fueran al carajo.

Aun con la cabeza palpitándome a mil por hora, y el cuerpo entumecido, yo debía estar presente en la velada de Dainan.

El día estaba gris, así como el mundo que me rodeaba. Tanto mi familia, como la familia de Dainan llegamos a la iglesia. El padre inició la misa con una oración que me llegó al corazón, estaba tan sensible que no aguanté las ganas de llorar nuevamente.

El ataúd estaba en el centro, durante dos horas de misa, solo me dediqué a observarlo con mis ojos lagrimosos y achinados. Nuestros compañeros del instituto se acercaron al ataúd, algunos lloraban, otros se persignaban, después se acercaron nuestros vecinos, que también se sentían tristes. Yo sé que nadie fingía tristeza, porque Dainan se hizo amar y querer por todos, él era un ángel que de ahora en adelante viviría en el cielo.

La mamá y el papá de Dainan estaban de pie junto al ataúd, abrazando a todos los que terminaban de orar por su hijo. Yo fui la última que pasó, sentí que quería derrumbarme frente a él, no obstante, cerré los ojos, y seguí mi camino hasta llegar donde los señores Beresford. Cuando ambos me vieron, sonrieron tristes. Los abracé hasta llegar a ellos, la señora Flora fue quien me abrazó con más presión, como solía hacerlo su hijo al verme siempre. Los dos señores yacían más viejos de los normal, tenían las cuencas de los ojos hundidas y la piel decaída por el cansancio. Ellos han sufrido el doble que yo, porque son los que le dieron la vida, era inimaginable el pensar cuan grande es el dolor que sentían ahora.

—Hija, cuanto lo siento—dijo la mamá de Dainan—si tan solo...

Aún seguía culpándose—Ya no se culpe, por favor. —tomo sus manos entre las mías—Tampoco quiero que piense que estoy molesta con usted, porque eso no es verdad.

—Él de verdad te amó—afirmó con una sonrisa—si tan solo supieras las veces que me habló de ti como si fueses su propio orgullo. Gracias por haberle dado los mejores días de su vida, estoy segura que mi hijo se fue con una infinita felicidad que solo tú pudiste y supiste regalarle.

Susurros de amor © [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora