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A pesar del grandioso y enorme sol radiante que sentía sobre mi cabeza, incinerándome los cabellos, mi día era totalmente gris. Siempre eran así, grises. No importaba cuál fuera el clima realmente, mis días eran iguales, aburridos y apagados. Y el hecho de tener que asistir a la escuela obligatoriamente, los volvían aún más aberrantes. Aunque bueno, me sacaba de casa. Veía al menos un poco de árboles y autos. Hipotéticamente. Cada vez que salgo para la escuela, camino mirando el piso. No me interesa ver gente apresurada porque llega tarde a sus responsabilidades, o desde sus automóviles quejándose del tráfico, o corriendo los autobuses. La gente en general es despreciable. No es solidaria, cortés, respetuosa, siquiera atenta. Creo que el mundo me gustaría más si fuese similar a mí. Podría comprender mejor al resto de personas. Y hasta sería mucho más fácil ayudarlas y apoyarlas. Pero es imposible, las personas viven en su propio mundo y este es muy ajeno al real. Es como si necesitaran que alguien les estrelle contra el pavimento, para que se despierten y sus pensamientos se reacomoden.

Como yo ahora.

—¿Que no ves por dónde vas? —escuché perplejo decir detrás de mí.

—Creo que el que no ve bien eres tú. —le contesté, importándome poco si era o no mayor que yo.

—Tú eras el que iba mirando el piso, no yo. —replicó.

—Pues, si tú ibas mirando al frente, podrías haberme esquivado. —volteó la mirada para levantarse del piso y sacudir el polvo de su equipo deportivo marca Puma—. Deberías usar gafas.

—Y tú deberías tener un poco más de respeto ante personas mayores, mocoso.

Y sin darme tiempo a contestarle, se marchó trotando tal y como vino.

¿Personas mayores? Pero si yo le daba mi edad. Menudas arrugas tenía ese señor.

A un minuto de llegar tarde a la clase, entré corriendo al Instituto para buscar mi aula. Ese tipo me había retrasado. Por suerte no me llamaron la atención hoy. 

En clases la gente pasaba de mí. No me hacían bullyng ni me miraban, me ignoraban totalmente. Como dije antes, no tenía amigos dentro de la institución. Bueno, ni dentro ni fuera. Siempre iba solo para todos lados; a la cafetería, al comedor, a mis lockers, a la biblioteca. Éramos yo y mi sombra, nadie más. Había un lugar que me gustaba recorrer en los recesos, lugar al que supuestamente no podíamos acceder. La azotea. Les habían prohibido el ingreso a los alumnos por la cantidad de suicidios ocurridos. Aunque, en vez de no dejar entrar, deberían proteger la zona, ¿no? Poner unos alambrados o algo. Sólo habían barandales que estaban hasta oxidados por las lluvias. Me gustaba ir ahí porque, justamente, no había nadie. Todo estaba tranquilo. La brisa llevaba consigo el canto de los pájaros que, a su vez, adornaban el cielo, junto a las nubes y el sol. Si había algo que gritaba ese lugar, era "paz" y me encantaba.

Otro lugar que me gustaba mucho era la biblioteca, aunque no me quedaba mucho tiempo allí, pues la gente va a hacer sus tareas y trabajos. Si bien sigue siendo tranquilo y silencioso, la presencia de las demás personas me molestaba e incomodaba. Iba a ese lugar a leer, a veces a pensar, pero más que nada a saltarme algunas clases y dormirme en las mesas. Sí, no soy un niño tan bueno como aparento. Aunque bueno, ¿a quién le hace daño una pequeña siesta? Si todo lo que me están enseñando no me servirá de nada. No encontraré un trabajo digno estudiando el ciclo del agua, o sabré qué hacer cuando me embarguen la casa. Además, ¿quién no se ha rateado alguna vez de sus clases, o haberse escapado de su casa? Es de esas rabietas que haces cuando quieres hacerte el grande y fingir que tomas decisiones importantes. A ver, tampoco me escapaba de Matemáticas, me iba de asignaturas insignificantes, como Religión. ¿A quién le interesa la religión? Si realmente existe un Dios justo y bondadoso como dicen, debería haber menos miseria en el mundo.

¿Alguna vez me he arrepentido de ratearme de clases o escaparme de casa...? Nah. De hecho he aprendido bastantes cosas, por ejemplo, tomar decisiones. En el colegio me escapaba del aula, pero en casa, literalmente, me escapaba de casa, a la calle, el lugar más peligroso según todas las madres. Y me iba lejos. A veces me quedaba en el parque de la otra manzana, pero otras veces me iba a lugares abandonados, como fábricas o escuelas, o estacionamientos. Tenía un pequeño pasatiempo cada vez que salía, que no era la gran cosa, pero me gustaba. Me sentía libre haciéndolo. Sabía que estaba mal, pero como dije antes, son de esas cosas que realizamos cuando queremos hacernos los independientes. Esos actos rebeldes con los que queremos demostrar que sabemos lo que hacemos, queremos hacerlo, aunque esté mal, y lo haremos, sean cuales sean las consecuencias, porque así luego las afrontaremos. Además, el graffiti era considerado arte en muchos lugares, y yo también lo hacía. 

No me creía bueno en eso, sentía que debía pulir un poco más mis habilidades para el dibujo, pero ellos, además de que no los veía nadie, no eran dañinos o fuertes. Generalmente eran animalitos o representaciones gráficas de cómo la sociedad se estaba pudriendo poco a poco. O de cómo me sentía. Este último lo dibujaba seguido; a veces haciendo un ratón atrapado en una trampilla a un lado de fumigadores, o un ciervo enjaulado sin alimento o entretenimiento. Cosas de ese tipo. Porque en verdad me sentía encerrado, sin poder vivir mi vida como se me ha mandado.

Esto que tenía no era una vida y yo lo sabía muy bien. Yo "sobrevivía".

Yo no diría que sufro depresión o alguno de esos trastornos que te diagnostican los psicólogos, pues nunca fui a ninguna sesión con ninguno, pero sí sabía diferenciar mi estabilidad emocional con un ataque de ansiedad fuerte o un bajón anímico, para eso no necesitaba un médico. Pero mamá nunca lo notaba. Ella decía que eran exageraciones mías, que tampoco podía ser tan grave.

Gracias a eso le he perdido el sabor a la vida, he perdido las ganas de vivir. Y pues, ¿cómo es posible querer vivir cuando no tienes ninguna meta para alcanzar, ningún sueño? Y me he preguntado, ¿cuándo podré disfrutar de mi vida? Hasta ahora todo ha sido responsabilidades y cosas que debo hacer. ¿Es que el momento de disfrutar mi vida acabó cuando era niño? El mejor momento de la vida, según todos, es la adolescencia, pues no puedo disfrutar una vida cuando tenga cuarenta años y ya no me quede nada para vivir. De hecho, si bien tuve una linda infancia, no la disfruté una mierda porque ni siquiera me acuerdo de algo de lo que ocurrió. Necesito otro momento, otra etapa para disfrutar, una que dure más tiempo y que cambie mi perspectiva. Estoy cansado de obedecer obligaciones, quiero hacer algo que le de a mi vida un giro, que cambie para siempre. Ya no quiero vivir como lo hago, pero no hay nada en este mundo que me ayude a mejorar. Nada ni nadie.

—Niño, suelta esa lata y acércate en este instante. —una voz gruesa, masculina, me paralizó a mitad del boceto. Suspiré. Nunca antes me había cachado la policía, estaba nervioso. Tenía suerte de que, para pintar, cubría la mitad de mi rostro con una bandana, así no podrían identificarme con facilidad. Solté la lata creando un ruido retumbante en el lugar, y de espaldas me acerqué unos pasos, para luego echarme a correr, tomando mi mochila y calzándomela en los hombros—. ¡Oye, regresa!

Iba lo más rápido que podían correr mis piernas, pero como era de esperarse, el patrullero me pudo alcanzar, metiéndome por la fuerza en la parte de atrás del auto.

Demonios, mi madre va a matarme.

﹗𖥻 ˖𓍯  𝑌𝑜𝑢 𝐴𝑟𝑒 𝑀𝑒, 𝐼 𝐴𝑚 𝑌𝑜𝑢 » 𝙅𝙞𝙠𝙤𝙤𝙠 ✔︎ ©𝐌𝐢𝐤𝐡𝐚𝐢𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora