Capitulo uno "Terrores Nocturnos"

1.8K 41 35
                                    


-Ñiaaaa Ñiaaa

Me levanté durante la madrugada con mi bebé en los brazos a preparar un biberón.

 Estaba solo.

Mi novia estaba ingresada en una clínica por vesícula, le darían el alta mañana al medio día. Mis padres son médicos, estaban de turno en el Hospital naval y mi querida hermana también médico decidió mudarse con su novio, para que mi novia y yo pudiéramos estar mas cómodos con mi pequeño monstruo que lloraba y lloraba.

Le mecía con el brazo que le sostenía, mientras que con el otro preparaba e intentaba recordar cuantas cucharadas de formula eran. ¡Me lo habían escrito en un papel! Pero lo perdí, de un segundo a otro mi hijo comenzó a llorar con mas intensidad... Como si eso fuera posible.

-Ñiaaaa Ñiaaaa

Decidí que eran cuatro cucharadas.

- Tranquilo bebé, tranquilo. ya sé que no soy tan bueno como mami, pero hago lo que puedo...

Agite la leche como lo hacia mi madre y mi novia; Con un poco mas de energía debo reconocer, en gran parte motivado por la desesperación propia del momento y me exploto, bueno, no exploto, pero salió un chorro disparado de la boquilla ¿Cómo era posible? ¿Por el calor? 

¡Si a penas estaba caliente por miedo a quemarle!

El llanto de Georgie había cesado. Le mire, tenía la cara con leche, le había salpicado. La formula y él se anhelaban mutuamente. Deje el biberón en la encimera y le levante con ambos brazos para jugar un poco y aprovechar el pequeño instante de calma que me habían brindado esos pocos mililitros de leche que para mi desgracia no fueron más que eso, unos bastos segundos reducidos a nada. 

George había vuelto a la batalla.

-Ñiaaaa-Ñiaaaaa

- Mierda.

Termine de preparar la formula  mas abatido que nunca y al fin se durmió. A las horas después debía levantarme, el padre de mi novia fue a recogerme a la casa de mis padres y emprendimos marcha en busca de mi dulce Elena.

Luego del alta con mi novia delicada y nuestro hijito de cuatro meses gorgoteando en su silla de bebé nos fuimos a su casa.

No vivíamos juntos oficialmente, pero no nos separamos nunca, ella se quedaba en mi casa o yo en la de ella.

Teníamos proyectos de una casa enorme donde viviríamos con nuestro pequeño Gorgie, nuestros perros y los hijos que vinieran, pero primero debíamos terminar el cole, luego entrar a una carrera y luego buscar empleo y ahorrar dinero, solo entonces podríamos poner nuestros planes en marcha. Mientras tanto solo hacíamos lo que nuestros escasos dieciséis años nos permitían hacer. Soñar.

Pasaba el tiempo y mi hijito dejo los balbuceos por palabras, cuando dijo papá por primera vez sentí que el pecho me iba a explotar. YO era su papá. Le miraba con admiración y cada tanto me repetía: ¿Cómo era posible que algo tan precioso haya salido de mi? Era perfecto.
Un día en específico, cuando George caminaba un buen trecho sin desequilibrarse, mi hermana, Irene. Nos informo que se casaría con mi cuñado, les felicitamos y comenzó los preparativos, mi Georgie llevaría los anillos y al cabo de unos meses llego el gran día, para entonces mi George tenía un año y ocho meses.

Decir que mi casa estaba desordenada era poco, estaba hecha un desastre.
Que mi madre corriendo de un lado a otro, que la maquillista, la del peinado, la de las uñas, el fotógrafo, Elena, mi novia con un zapato menos pidiendo que mude a George.
Las bodas no debería ser motivo de estrés, pero decidí callar mi pensamiento por miedo a la reacción de las tres mujeres que mas amaba en el mundo. Podían matarme.

JavierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora