JUSTICIERA

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Un día. Un día había pasado desde que Marinette había vuelto a clase después de estar encerrada a cal y canto durante días por la gripe. Marinette, ociosa como ella sola, había acabado aborreciendo las paredes de su habitación al haber estado tantos días allí enclaustrada por obligación. Se había levantado antes de que sonara el despertador y se había preparado en tiempo récord, lista para ir a clase. Aunque aún tenía que ir con dos paquetes de pañuelos en la mochila y se le estaba pelando la piel de la nariz, el camino a clase se le hizo ameno y agradable. Disfrutar del movimiento de los músculos de sus piernas, la manera en que los huesos y los tendones se movían después de haber estado tantos días en reposo, le hacía sentirse plena. Pero cualquier alegría y entusiasmo se evaporó de su cuerpo en cuanto vio a Chloé acercarse a ella con una sonrisa arrogante. Viéndola aproximándose a ella con el mal pensamiento en la mirada, Marinette se maldijo a sí misma por haber llegado temprano y no haberse podido quedar algunos días más en casa.

—Vaya, Dupain, al parecer ya te has recuperado, ¿eh? —le preguntó, apoyando una mano sobre el escritorio de Marinette.

Los otros alumnos que estaban en clase ignoraron la interacción, centrados como estaban en sus propias conversaciones. Chloé le cogió un bolígrafo del estuche y lo hizo girar entre los dedos con habilidad y rapidez. Marinette, que ya estaba sentada en su pupitre preparando todas las cosas para la primera hora , la fulminó con la mirada. Apretó la mandíbula en acto reflejo, intentando aguantar las ganas de arrebatarle el bolígrafo de las manos de un tirón.

—Me alegro por ti, tienes mejor cara —Marinette, aún tensa por el enfado, la observó con los ojos abiertos de par en par mientras Chloé garabateaba algo de forma distante en uno de sus post it en blanco—. Ahora que la tienes tan gorda, nadie se fijará en que no tienes encanto.

Marinette enrojeció, avergonzada e intimidada. Deseó gritarle a Chloé, decirle que ser gorda no era un insulto y que si así lo pensaba es que tenía la cabeza hueca. Deseó arrancarle el bolígrafo de las manos y garabatearle la camiseta con un rotulador permanente. Deseó ponerse en pie y hacer que se disculpara. Pero Marinette no se levantó. Marinette no se movió. Marinette no habló. Se quedó con las palabras ardiéndole en la garganta y la indignación bullendo en su estómago como si la hubieran obligado a comerse un Carolina Reaper. Sus músculos se habían convertido en plomo y la expresión se le había congelado. Ajenos a la afrenta, los compañeros de clase siguieron hablando entre sí. Ni siquiera en su habitación Marinette se había sentido tan sola.

Chloé soltó una risita pretenciosa y tiró el bolígrafo sobre el pupitre antes de regresar al suyo. Marinette entonces, a regañadientes y sintiendo la mirada afilada de Chloé encima, cogió el post it. Era un dibujo muy pobre y muy cutre. Definitivamente lo suyo no eran las artes plásticas ni mucho menos la creatividad, aunque eso lo sabía desde hacía tiempo. Pero lo que le faltaba en talento lo recuperaba en mala baba e insultos.

—Ey, Mari —la saludó Alya, sentándose a su lado. Respiraba agitada y tenía algunas gotas de sudor en la frente—. Hoy por poco no llego, había un accidente a dos calles de mi casa y tuve que parar a preguntar qué había pasado, ¿qué menos, no? Oye, ¿estás bien?

Alya la observó con el ceño fruncido, preocupada por la extraña expresión de su rostro.

Marinette se negó a mirar el dibujo que la retrataba como un globo enorme y redondo a punto de explotar. Apretó el papel hasta hacerlo una bola, sin volver a mirarlo.

—Sí, estupendamente.



Al llegar a casa, Marinette agradeció infinitamente que sus padres estuvieran ensimismados con el trabajo. Pudo dirigirles un saludo rápido antes de subir corriendo a su cuarto. Dejó todo sobre su escritorio en un gesto abrupto y encendió el ordenador. Escuchaba la sangre bombeando frenética, atragantándole los sentidos y enmudeciéndole la razón. Llevaba todo el día aguantándose las lágrimas de la rabia. No quería darle la satisfacción a Chloé de verla llorar, aunque se sintiera impotente y débil no iba a dejar que lo viera. Antes se tragaba un cactus.

Atrapada entre bitsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora