Dedal

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—¡Auch! —se quejó Rose.

Se llevó al momento el dedo índice de la mano derecha a la boca con un quejido.

—¿Te has hecho daño?

—Solo un poco —murmuró Rose

—A ver, déjame ver.

Marinette dejó su propio bordado sobre la mesa y fue a examinar la mano de Rose.

—No es nada —aseguró Rose—. Si hasta las pruebas de azúcar me hacen más daño, y ya te digo que no son los peores pinchazos con los que me las he visto.

—No veo que salga sangre, diría que fue más el susto —meditó Marinette.

—Sí, creo que sí. No pensaba que la aguja me iba a salir por ahí —bromeó Rose con una mueca avergonzada que Marinette no pudo sino encontrar adorable.

—A mí me pasaba con frecuencia —aseguró Marinette—, es un milagro que no tenga los dedos llenos de puntitos de tanta herida que me hice.

—Parecería que hubieras metido la mano en un cactus.

—Calla, calla, que con mi suerte capaz y me pasa —dijo Marinette con un escalofrío.

—Si alguna vez te veo cerca de uno, impediré que te tropieces con él.

—Me encantaría decir que esa situación nunca pasará, pero es muy posible —suspiró Marinette—. En fin, no creo que necesites ninguna tirita, pero hasta que te acostumbres lo mejor será que uses un dedal.

—Pero son incómodos, y tú tampoco los usas.

—Los usaba al principio —aseguró Marinette—. Cuando solo con coger la aguja ya bastaba para hacerme daño. Ahora los tengo para cuando coso algo muy difícil, o muy rápido, o algo a lo que no esté acostumbrada.

—Bueno, vale —aceptó Rose a regañadientes—. Nunca he tenido una buena relación con los dedales, cuando jugaba al monopoly con los demás niños del hospital siempre que me tocaba el dedal, perdía.

Marinette rio al verla contemplar el dedal en su dedo con amargura y volvió a sentarse en su sitio para retomar el trabajo. En realidad era sorprendente que Rose no hubiera tenido un pinchazo antes, llevaban un buen rato cosiendo. Casi desde que habían llegado a casa de Marinette.

Después de ir a varias floristerías y preguntar a los dependientes sobre las camelias, descubrieron que el precio de las flores no bajaba de los cinco euros. Y no el ramo sino cada flor. Después del tercer intento y con las piernas agotadas de callejear por la zona, admitieron abatidas que necesitaban un plan b. Porque una cosa era comprar una flor y otra muy distinta era pensar que el proyecto les iba a salir bien a la primera. Sabían que iban a necesitar varias flores, varias oportunidades, varios intentos.

Se habían sentado en un banco con dos botellas de agua frías recién compradas de una máquina expendedora del parque. Si no podían hacer una performance ni una foto, ¿qué podían hacer? Y allí fue cuando Marinette dijo:

—Siempre podríamos hacer un patrón en la tela —propuso con convicción—. Seguro que llevaríamos algo distinto del resto de la clase y podríamos seguir manteniendo nuestro mensaje.

A Rose le fascinó tanto la idea que no tardó en tomar su mano para obligarla a levantarse y tirar de ella para salir del parque en busca de alguna mercería. Habían comprado hilos y telas en una tienda que Marinette solía frecuentar y habían ido a casa de Marinette que era la que tenía a mano el material de costura. Y así, durante largas horas, fluyó la magia.

Viernes, 25 de marzo de 2022

¡Hola a todos, lindas flores!

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¡Hola a todos, lindas flores!

Me habría gustado hacer este capítulo un tanto más largo, pero por culpa del examen voy varios días atrasada así que, toca seguir adelante a modo locomotora.

Con esto y un bizcocho, ¡nos leemos luego!

Con esto y un bizcocho, ¡nos leemos luego!

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Atrapada entre bitsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora