CARNAVAL

84 16 11
                                    

Marinette se puso las medias de color degradado y luego las medias de rejilla que había decorado con trocitos pequeños de cristal a modo de escamas. Había cosido unas suelas blandas en ellas para poder ir descalza y que se vieran las aletas azules de sus pies. No las había hecho demasiado grandes porque no quería verse caminando como un pingüino, pero le habían quedado bonitas y brillantes. Si se quedaba quieta con las piernas bien juntas, se creaba la ilusión de una cola.

Se puso el opaco vestido de tul azul verdoso que caía sobre su cuerpo como un ramillete de algas. La tela se sentía vaporosa y suave sobre su piel. Luego se armó el vestido de alambre tejido y cristal.

En realidad el corsé había sido lo primero que había preparado, más ilusionada por hacer algo inspirado en el trabajo de Diana Dias-Leão que en otra cosa. Pero en cuanto se lo puso se dio cuenta de que iba mucho más desnuda de lo que ella pensaba y tuvo que recurrir a otro plan. Así que fortaleció la estructura creando una falda de alambre e hizo la capa interior con tul. Pese a sus dudas, combinaban bien entre los dos. Los cristales y el tul la hacían parecer recién salida del fondo del río y le gustaba sentirse como un tesoro, más allá del brillante exterior.

Se había recogido el pelo hacia un lado usando un gel y algunas horquillas, buscando conseguir un efecto mojado. Había decorado una peineta simple de plástico con algunos cristales que vinieron sin agujero para coser por error de fábrica, líquenes y algas falsas del que se usa en las peceras, y se la enganchó entre el entramado del peinado. Se había maquillado el rostro antes de ponerse todo, en colores verdes y azules muy suaves, usando mucho iluminador para parecer recién salida del agua.

Se aseguró de que las falsas membranas que se había puesto en las manos siguieran los movimientos de sus dedos y que las largas uñas pálidas se mantuvieran pegadas.

—¡Marinette! ¡Han venido a buscarte! —la llamó su madre a través de la escalera.

—¡Ya bajo! —respondió Marinette, antes de echarle un último vistazo a su reflejo—. Bueno, ya no puedo salir huyendo.



Marinette caminó con cuidado la distancia entre la acera y el coche, agradeciendo que el guardaespaldas que aún no le había dicho su nombre estuviera esperando para abrirle la puerta.

—Marinette, estás increíble —la felicitó Adrien nada más verla.

—¡Oh, gracias, tú también estás...! —empezó a decir Marinette al sentarse, antes de girar el rostro para mirarle. Entonces se le secó la boca y se olvidó de como hablar.—. Diferente.

—¡Gracias! —respondió Adrien tan contento que rozaba la euforia—. Me costó mucho decidirme, se me ocurrió al hablar con una amiga.

—¿Una amiga te recomendó ese traje? —preguntó Marinette con duda.

Silencioso como era, el guardaespaldas había vuelto al asiento del conductor y había puesto el coche en marcha, indiferente a la conversación.

—No exactamente, digamos que surgió la conversación y se me ocurrió la idea.

Marinette se guardó la opinión de que si una amiga le había recomendado vestirse así, tenía que estar tomándole el pelo fijo. Pensó en Chloé por un momento, pero ni siquiera ella lo habría hecho vestir así. No a Adrien al menos.

—Bueno, eres el pez más grande que he visto en mi vida —aseguró Marinette.

—¡Lo sé! ¿A qué es genial? —preguntó Adrien tan alegre que no necesitaba ver su cara para reconocer su entusiasmo, tampoco es que pudiera con el cabezón de pescado que llevaba—. Soy el pez gato más grande de la ciudad.

Atrapada entre bitsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora