TEJEDORA

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—Creo que nunca había escuchado a un gato resfriado —aseguró Marinette.

—Muy graciosa —se quejó ChatNoir con una voz muy nasal y llorosa—. Yo no me burlé de ti cuando te pusiste enferma.

—Oportunidad perdida —se mofó Marinette—. ¿No te habían dicho que no hay que llorar sobre la leche derramada?

—Te odio.

Marinette se echó a reír. Era liberador hablar con Chat. No supo decir en qué momento sucedió, pero Chat había pasado de ser su compañero de misiones a convertirse en un amigo muy querido. Aunque claro, el afecto llevaba a la confianza y la confianza al asco. Por los murmullos de Chat estaba segura de que en ese momento tenía unas ganas enormes de mandarla a tomar viento con los molinos. Pero no lo hacía porque era su amiga. Era una sensación agradable y un tanto chocante percatarse de eso.

—Y yo que me he quedado aquí pegada al ordenador solo para consolarte —dijo Marinette mientras pasaba el hilo grueso en torno a la aguja y lo hacía girar para crear otro punto.

—Gracias por eso, por quedarte digo —suspiró Chat—. No tengo la cabeza para jugar a nada, pero no me apetece estar solo.

Había una soledad extraña en su voz que hizo que Marinette dejara lo que estaba haciendo. Era estúpido clavar la mirada en la pantalla, a la espera de obtener alguna reacción suya o de comprenderle un poco mejor cuando lo único que podía ver era a sus personajes en el bug de la torre. Chat era bromista, osado y resuelto hasta un punto estrafalario y extraordinario. No fue hasta ese momento en que se dio cuenta de que se la imagen que tenía de Chat quizás no estaba tan próxima a la realidad como había reflexionado. En su mente, Chat era alguien sociable sociable por naturaleza, con amigos por doquier, pero quizás no era así. Quizás Chat era como ella. Marinette había descubierto secretos de sí misma que ni siquiera sabía que existían, cualidades que habían estado sepultadas hasta que le dio por crearse esa identidad ficticia en el juego.

—Mientras no me pidas que te cante nanas para dormir.

—Estoy resfriado, pero no soy un niño.

—Si lo dices pierdes completamente la credibilidad.

Chat soltó un aspaviento ininteligible, tratando de contener las palabras que seguro se le habían atorado en la boca por el mero hecho de no darle la razón.

—Odio ponerme enfermo, no puedo ni pensar.

—Claro, claro, esa es la excusa —bromeó Marinette, aunque sabía que era sincero. Chat estaba más bajo de moral que de costumbre y apenas le estaba soltando sus peculiares chistes malos—. ¿Y cómo lo pillaste, por cierto? Eres de esos que parece no ponerse enfermos nunca.

Marinette regresó la atención al tejido que estaba preparando. La lana azul era suave, elástica y esponjosa. Lo mejor de todo era que no picaba, el contacto era agradable y confortable. Aunque nunca había sido una tejedora maestra, le gustaba trabajar más con otro tipo de telas y diseños, era una práctica relajante y amena que podía hacer de forma mecánica.

—No lo sé, mi padre dice que es culpa mía por comer helado, pero me parece una razón estúpida para ponerse enfermo.

—Si estuvieras malo de la garganta... —razonó vagamente Marinette.

—No, es solo un pretexto, y uno muy pobre —se quejó Chat—. Con estas cosas siempre se agarra a lo primero que pilla siempre que pilla.

—¿Qué quieres decir?

Chat exhaló lentamente, o lo intentó, porque una retahíla de estornudos le pilló entre medio. Marinette intentó no reírse, tuvo que taparse la boca con la mano para evitar que el sonido escapara de sus labios. Olvidó que tenía las agujas de punto en las manos y estuvo a punto de sacarse un ojo. Eso era el karma seguro.

Atrapada entre bitsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora