LA CHICA DE ROSA

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Por primera vez en lo que llevaban de curso, Marinette tuvo la certeza de que la profesora Bustier la odiaba. Era la única explicación lógica para que le estaba ocurriendo, no imaginaba otra.

Las tutorías de la señorita Bustier solían ser muy bien recibidas porque las hacía entretenidas con alguna actividad de integración de grupo o de desarrollo de competencias de lo más variadas.

—Quiero que probemos a hacer un intercambio de roles —explicó la profesora con una expresión afable—. Hay muchas formas de hacer esto, de ponernos en la piel de los demás, pero por esta vez lo haremos mediante la ropa.

Solo con escuchar la sugerencia, Marinette cruzó miradas con Alya. Aunque su amiga estaba interesada, parecía más divertida por el entusiasmo de Marinette que por la actividad en sí.

—La actividad será la siguiente. En parejas, tendrán que transformar a su compañero para que luzca como vosotros, es una forma de que se sientan en vuestra propia piel. Pero como no queremos que nadie se sienta como una mera marioneta, también podréis tener en cuenta un valor personal de la persona a la que transforméis, y eso dependerá de cada pareja porque será... —explicó la profesora sacando una caja metálica llena de papelitos doblados dentro— a suertes.

—Miedo me da lo que haya en esa caja —susurró Marinette.

—Se supone que lo que hay ahí dentro será algo que te defina a ti mismo y que tu pareja tendrá que tener en mente sí o sí —explicó Alya—. Creo que puede ser algo bueno.

—¿Hay alguna pregunta?

—¿Formamos nosotros las parejas? —preguntó Alix.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Kim a la vez.

—Levantad la mano, por favor —les reprendió Bustier—. Tienen la clase de hoy para planificar y presentarán su proyecto la semana que viene, en la siguiente tutoría. Y no. Las parejas las hago yo.

Marinette se temió lo peor.



Con un suspiro desganado, Marinette se levantó de su sitio después de lanzarle una mirada fugaz a Alya. Su amiga le hizo un gesto mudo para darle ánimos, pero Marinette apenas tuvo fuerzas para corresponderle la sonrisa. Aquello tenía que ser una broma de mal gusto.

Se sentó en el pupitre vacío al lado de su compañera-para-su-desgracia tratando de reprimir el deseo de salir corriendo, aunque le pusieran un cero. Bueno, en las tutorías no podían suspenderle en realidad. Aunque sí podían ponerle un parte. Marinette se tragó su deseo de soltar una palabrota, un lamento o algo que mostrara lo disgustada que estaba.

—Muy bien, supongo que tenemos que ponernos manos a la obra.

—A mí no me hables como si fueras mi jefa, Dupain —dijo Chloé sin mirarla, tajante.

Marinette puso los ojos en blanco. Pues empezaban bien. Desde el momento en que Bustier las había emparejado, Chloé se había quejado estridentemente y por una vez Marinette había estado de acuerdo con ella. Pero la profesora se había mantenido en sus trece y le había hecho coger a Chloé un papelito de la caja. No lo había abierto. Lo había dejado ahí, sobre la mesa, mientras ella se mantenía con los brazos cruzados y el mentón en alto, altiva.

—Mira, no me caes bien y es obvio —explicó Marinette, remarcando la última palabra—, que yo a ti tampoco.

—Yo habría usado otras palabras —la cortó Chloé.

Marinette inspiró hondo y contó hasta cinco.

—Tenemos un trabajo que hacer, así que da igual que nos detestemos, hay que sacarlo.

Atrapada entre bitsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora