CACAO

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—Marinette, ¿dónde prefieres montar? ¿En la montaña rusa o en la uve?

Marinette se percató de que Adrien la observaba a través de las gafas de sol. Era tal su entusiasmo que Adrien lucía radiante como una estrella.

—¿Es la primera atracción a la que nos subimos y te quieres ir a las peores?

—¿Prefieres ir a la casa del terror?

—Ni muerta —respondió Marinette tajante.

—¿Incluso si vamos de la mano? —preguntó Adrien—. Así no da tanto miedo.

Un ligero rubor cobró color en la punta de las orejas de Adrien, medio escondidas por el cabello, pero aún así Marinette se dio cuenta. Quizás porque no le quitaba la vista de encima.

—Acabarías con la mano rota —aseguró Marinette, intentando obviar el calor que le subió por el rostro—. Venga, vamos a la montaña rusa.

Caminaron entre el gentío con cierta torpeza. Había niños corriendo y gente muy venida arriba con sus enormes vasos de plástico llenos de cerveza. Así que tuvieron que hacer un pequeño rodeo para llegar hasta la atracción.

—Lo bueno de la montaña rusa es que podrás echar una mirada a toda la feria —dijo Adrien.

—Para eso sería mejor la noria —meditó Marinette—. Nunca te has subido en una de estas atracciones, ¿verdad?

—¿Tanto se me nota? —preguntó Adrien con la vergüenza tiñendo su voz.

Marinette deseó poder quitarle las gafas de sol para poder contemplar correctamente su expresión, pero sabía que no había forma de que eso sucediera en un entorno lleno de gente como aquel. Marinette le sonrió de oreja a oreja y avanzó varios puesto en la cola ya que el siguiente grupo acababa de montarse en los vagones.

—Bueno, al menos no sufriré sola.



Marinette se dio aire con un papel que había doblado en diferentes tiras hasta formar un abanico. Estaba sola en aquel banco que, al estar lejos de todo el ajetreo de las casetas, los puestos de comida y las colas, contaba con un ambiente relajado.

Después de subirse dos veces a la montaña rusa; una a la uve; dos al barco pirata, una de ellas desde la dichosa jaula; a Marinette se le habían mezclado todos los colores, olores y sabores. Temía estar a punto de vomitar en cualquier momento. Tendría que haber parado después de la uve, pero el entusiasmo de Adrien era contagioso y difícil de controlar. Así que ella también se había dejado llevar.

—Marinette, ¿cómo te encuentras?

Marinette no se movió de su posición. Estaba cabizbaja, con los antebrazos apoyados sobre los muslos y con el torso inclinado.

—Sigo viva —respondió Marinette en voz bajita—. Aunque no lo parece.

Adrien rio, aunque había cierto nerviosismo en su voz.

—Mira, ahora vas a sentir un poco de frío, ¿vale? —le anticipó Adrien—. No te asustes.

Adrien le volcó con lentitud parte del contenido de una botella de agua que acababa de comprar. Marinette reprimió un estremecimiento, estaba helada. El agua chorreó por su cuello y su mandíbula. Algunas gotas le recorrieron las mejillas y la nariz, pero la mayoría corrió directa al suelo. Cuando iba más o menos por la mitad, Adrien paró. Cogió una servilleta para distribuir el agua fría por detrás de las orejas.

—No me explico cómo puedes estar fresco como una rosa si nunca te has montado en uno de estos trastos.

—Me he montado en muchos aviones y me he comido muchísimas turbulencias, algunas realmente horribles —le explicó Adrien, pasando con cuidado el pañuelo húmedo por su frente—. Llegué a tenerles un miedo atroz y tuve que ir a terapia, después de eso, creo que estas cosas ya no me afectan como antes.

Atrapada entre bitsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora