XXXVI

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Hanna

No podía regalarle el final de nuestra historia a Morgan.

En su lugar pude regalarle el final de otra historia.

Ignore cuánto tiempo habíamos pasado en los labios de la otra mientras la lluvia era la excusa perfecta para refugiarnos en la tienda.

Ignore el par de lágrimas que corrieron por las mejillas de Morgan al explicarle las palabras trazadas con tinta en el libro que ahora sostenía contra su pecho.

No pude contar cuantas dedicatorias estaban entre las páginas de los demás libros, no pude leer algunas en voz alta.

Las palabras derramadas sobre el fino papel eran la prueba del dolor del escritor, su propia sangre derramada sobre las páginas.

—¿Nos vamos? —Habíamos terminado de comprar el libro mientras Morgan miraba la lluvia azotar contra el vidrio de las ventanas. El libro en una pequeña bolsa sobre su pecho.

—Si. —Una vaga respuesta en comparación a sus dedos buscando los míos y entrelazandolos. —Pero, esta vez, de verdad necesitamos tomar el subterráneo.

Cada paso que dábamos hacia que los pequeños charcos a nuestros pies salpicaran. Admito que algunas veces lo hice solo para molestarla, sabía que ella lo había hecho un par de veces para molestarme a mi.

Y a diferencia de la arrogante pelinegra que había conocido hace unos días.

Morgan se veía tan diferente a ella.

Podía jurar que la escuché reír mientras bajábamos corriendo las escaleras para alcanzar el tren.

—Mierda. —Maldijo en un susurro al momento en el que ambas caímos en dos asientos.

El tren estaba en completo silencio, pocas personas estaban a unos cuantos asientos de nosotras, algunos mirando sus celulares, otros contando los minutos para poder llegar a su destino.

En ese momento fue consciente de cómo la vestimenta de Morgan y la lluvia no la estaban ayudando.

—Hanna, no. —Negó cuando comenzaba a quitarme la chaqueta.

—Es tuya y...

—No. —Exclamó mientras una de sus manos subía la prenda a mi hombro. —Tengo una mejor idea.

No bastó demasiado tiempo para que la pelinegra se sentara en mi regazo al mismo tiempo que la rodeaba con mis brazos sintiendo su cabello empapado sobre mi pecho.

—Gracias. —Mi vista tuvo que desviarse hacia el libro que seguía sosteniendo para poder entender.

—Ahora podrás leerla siempre. —Porque yo no estaría para contársela.

Porque había hecho una promesa que no podía romper.

Porque estaba agotada, él siempre ganaría.

Yo siempre perdería.

Kass no tenía que compartir ese mismo destino.

—Prefiero tu voz.

Incapaz de que la cruda verdad saliera por mis labios, comencé a recitar el cuento, de nuevo.

Susurrando para que pudiera escuchar cada detalle de la historia.

Solo para ella.

Hasta que todo se volvió oscuridad.

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Las luces de emergencia eran lo poco que alcanzaba a distinguir al igual que los murmullos de los pasajeros enfadados.

BloodstreamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora