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Morgan

No existe aquel Dios sinónimo de bondad.

No existe aquel Rey de las Mentiras sinónimo de oscuridad.

No existe aquella utopía a la que solo los ingenuos se aferran hasta que las puntas de sus dedos comienzan a sangrar.

No existe aquella distopía en la que lo único que puede florecer es la guerra.

Existen ambas escondidas entre las líneas de una historia.

Quizá aquel Rey de la Mentiras fue traicionado por aquel "bondadoso".

Quizá fue demasiada tinta que terminó salpicando otras historias.

Quizá lo único que teníamos era una mezcla entre la bondad y la maldad.

—¡No quería! ¡No quería! ¡No quería! —Mi propia voz hacía eco entre las paredes como la primera vez que vi un cuerpo caer.

Porque yo había sido la causante de su caída.

Porque yo nunca había jalado un gatillo o empuñado una navaja, pero había tejido las mentiras con la que la víctima tropezaría.

Y cuando Arion tejió aquellas mentiras, yo tropecé.

Y cuando debía jalar el gatillo, mis manos no pudieron hacerlo.

Y cuando debí hablar, mis labios decidieron callar.

Lo has arruinado. Lo has arruinado. Lo has arruinado.

Quizá debas terminar como aquella que decía ser tu madre.

—¡Morgan! —Tal vez era solo que mis pensamientos solo me permitían escuchar mis propios gritos. —¡Morgan!

—¡Lo juro! ¡No quería!

Cuando con solo un puñado de palabras, el destino sería escrito de nuevo.

Y preferiste callar.

—¡Morgan! —Los brazos de Azia se aferraron a los míos recordándome, una vez más, que esto se sentía conocido.

Las últimas catorce noches se habían sentido como un Deja Vu.

La culpa desgarrando mi piel.

Los gritos que desgarraban mi garganta en súplicas.

Mi mirada encontrando la de Azia, aquella mirada de lástima.

—¡Morgan! —Se aferró más a mis brazos cuando intenté levantarme para salir de la habitación.

No soportaba que solo ella me mirara así.

Tenía que salir de la habitación.

—¡¿Podrías escucharme?! —Mi mirada encontró con rapidez la de ella por una sola razón. Azia nunca había gritado de esa manera. —¡¿Podrías dejar de huir?!

Así que, de nuevo, callé.

—¡Deja de huir como si fuera la solución! ¡Deja de huir como si yo fuera ellos! ¡Como si yo fuera el!

No estaba huyendo de Azia.

Estaba huyendo de mí misma.

—¡Ya perdí a un hermano! —La horrible verdad que hacía eco cada vez que Azia sentía aquel espacio vacío. —No quiero perderte.

Las últimas tres palabras fueron un susurro desvanecido en el aire.

Las últimas tres palabras, ¿Cómo podría explicarle que yo misma me había perdido?

BloodstreamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora