LIII

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Hanna

El limbo entre el amor y el odio.

El limbo entre tierra firme y las vías del tren.

—Por favor. —Una súplica susurrada al aire y unas manos entrelazadas.

Una súplica y las mismas manos en las que aún podía observar mi propia sangre.

Una súplica y los labios que había besado mis últimas noches.

Una súplica y las mismas manos que habían trazado estrellas en mi piel.

Una súplica y las mismas manos que habían empuñado el arma contra mi pecho.

—Hanna.

Aquella noche hubiera pronunciado su nombre.

Aquella noche hubiera entrelazado nuestras manos.

Aquella noche hubiera susurrado su nombre en la oscuridad.

Esta noche solo era capaz de alejarme antes de comenzar a sangrar.

—No. —Los labios de Morgan no pudieron pronunciar la súplica.

Quizá solo necesitaba una sílaba para destrozarla.

Quizá lo había hecho antes.

—Has hecho suficiente.

—Quedate.

Quizá solo necesitaba de una palabra para recordar su voz.

Quizá solo necesitaba de una palabra para recordar cómo sonaba cuando aquella pelinegra solía romperse en mi pecho.

—Te pedí lo mismo. —La mirada de Morgan busco la mía.

Anhelando que una mirada pudiera arreglarnos.

Anhelando que una mirada pudiera decir todas las palabras que no pudimos pronunciar.

—Huiste.

—Intenté...

—¿Y cuánto tiempo tuviste para volver a buscarme?

—Lo intenté. —Cada palabra que Morgan pronunciaba desgarraba su garganta. —Hanna.

—¡¿Cuánto?! —Morgan solo fue capaz de cerrar los ojos en cuanto mi grito hizo eco en la estación. —Aun puedo ver mi sangre en tus manos.

—Aún puedo ver la mía en las manos de tu padre.

—Aún puedo ver todo lo que hice cuando ni siquiera sabía lo que estaba haciendo. —Musito Morgan después de que mis labios callaran y sus manos comenzaran a temblar. —Aún puedo verlos.

Aún podía ver la sangre cada vez que cerraba sus ojos.

Yo también lo hacía.

—¿Fue cierto lo que dijiste?

Y sabía, por su mirada, que mis palabras habían sido un cuchillo clavado en su pecho.

—Morgan...

—¿Soy una maldición?

Intenté pronunciar su nombre otra vez, pero sus ojos estaban cubiertos de lágrimas y quizá los míos también.

Aquella noche dejaría que Morgan se escondiera en mi pecho.

Esta noche dejaría que Morgan se escondiera en mi pecho.

—No. —Susurre al mismo tiempo que me aferraba a ella. —Nunca lo fuiste.

Nunca había sido aquella maldición.

BloodstreamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora