Capítulo 1: "La agradable bienvenida".

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“Había una vez”. Sí, así es cómo empieza una historia, ¿no?. Bueno, esta es la mía.

Todo final tiene un comienzo, toda historia lo tiene. El principio de esta historia transcurre en un aeropuerto de Italia, más específicamente en provincia de Verona el 20/03/2022.

Estoy viajando a Francia (París) para conocer la universidad a la que voy a asistir el año que viene.

- No puedo creer que no escojas la universidad aún, y más teniendo en cuenta que falta menos de un año.

Bueno, está casi decidido a qué universidad entraré.

- Mamá, tengo toda la vida para decidirlo.

- No toda la vida, Noah. Además, tienes la oportunidad de estar cerca de tu familia, ¿Por qué arriesgarse?. - La mujer esbozó una cara de sufrimiento, como si estuviesen a punto de mandarme a la guerra.

- ¿Y por qué no?. - Giré mi cabeza hacia la rubia, quien seguía con la misma expresión en su cara. - Además, ya hemos hablado de esto.

- No me fío de tu tía para cuidarte.

- Tengo dieciocho años, mamá. Puedo cuidarme completamente solo.

- Sí, claro. Como aquella vez que quemaste la pizza al ponerla a calentar en el microondas. - Dirigió su mirada al frente, arqueando una ceja.

Me limité a negar con la cabeza mientras veía como las escaleras eléctricas avanzaban con una multitud de gente sobre ellas.

El viaje en avión desde Verona a París lleva una cantidad de horas inciertas para mi conocimiento, por lo que sólo decidí observar y disfrutar del viaje.

Una de las cosas que observé fue el comportamiento de mi madre, Antonella Lombardi.

Antonella Lombardi: 42 años, rubia, de ojos celestes mezclados con café, piel clara, cabello largo, rasgos bien marcados, sin flequillo, labios color carmesí y mide 1.78 aproximadamente.

Podría describirla como una mujer determinada, inteligente, firme y un poco estricta. Bastante, de hecho. Le gusta tejer, cocinar, el mar, las flores, el café y bailar. Detesta el invierno y el desorden.

Bastante diferente a mi padre, Franco Costa, quien disfruta de cosas simples tales como dormir, ver la tele, bailar, pescar y comer. Detesta pintar, dibujar y cocinar. Cocinar no es uno de sus mejores dones, de eso nos encargamos mi mamá y yo. A mi padre lo describiría como un hombre... Gracioso y algo distraído. Es rubio, de ojos celestes, morocho, cabello muy corto, bigote, labios color carmesí, usa lentes y mide 1.77.

La relación de mis padres es buena a pesar de que son diferentes en cada sentido, creo que la única cosa en la que son buenos juntos es bailando, así se conocieron.
Se casaron, empezaron a vender platos de comida exquisitos que preparaba mi madre, se mudaron a una linda casa y me tuvieron a mí.

El viaje no fue una tortura como esperaba. Sorprendentemente, fue algo tranquilo.

- Noah, ayuda a tu padre con los bolsos. - Con sus ojos deslumbrados de tanta belleza de paisaje, comenzó a sacarle fotos a aquellas vistas tan espectaculares.

- ¿Podrías ayudarnos?. - Fruncí mi ceño y bajé las maletas tan pesadas mientras me quejaba por lo bajo.

- No entiendo la prisa, no tardaremos mucho en ir a casa de Beatrice. - Exclamó la mujer mientras sacaba repetidas fotos con su teléfono.

- La prisa es porque no aguanto un minuto más estar viajando, estoy agotado y quiero recostarme, mamá.

- Antonella, Noah tiene razón.

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