Capítulo 5: "Los rocklets de la victoria".

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- Sí, mamá. - Puse los ojos en blanco. - Te estoy diciendo que lo haré.

Llevaba como una hora con el teléfono en mi oreja, ya se me había cansado el brazo. Pasé los productos por la caja y empecé a guardar las cosas en las bolsas.

- Probablemente muera si cruzo la calle y sigues distrayendome. - Tras pagarle a la chica de la caja, le dediqué una sonrisa amigable la cual me devolvió al instante.

Vi que Víctor pasaba al frente del supermercado y me llamó la atención la concentración que llevaba encima.

- Escucha, te amo, debo colgar. Me abrigaré, me portaré bien, te amo, mami, adiós. - Colgué y sujeté las cuatro bolsas mientras me puse a buscar al pelinegro por la calle.

Una vez que lo ubiqué comencé a seguirlo, por alguna razón no se me pasó por la cabeza llamarlo y simplemente saludarlo.

Pasó por un pasillo bastante angosto que daba entrada a una zona bastante solitaria.

Sentí que unas manos taparon mis ojos y me inmovilice por unos segundos.

- ¿Me estás siguiendo?. - Sacó sus manos de mis ojos.

Me di media vuelta y me quedé petrificado, pensando en alguna excusa, pero nada se me pasaba por la cabeza.

- N-no... - Agaché la cabeza en cuanto comenzó a reírse.

- Por dios, Noah. - Siguió carcajeando. - No puedes disimular ni un poco, ¿verdad?.

- No sé de qué me hablas. - Fruncí el ceño.

- Tú y yo sabemos bien de lo que hablo. - Se acercó unos pasos y por alguna razón, no me moví. - Sé que estás enamorado de mí, pero no por eso debes seguirme a todos lados como un acosador.

- Tienes serios problemas de demencia, Víctor. - Ironicé.

- Que me llames por mi nombre en ese tono, es algo que me irrita. - Entrecerró los ojos.

- Gracias, ahora tengo como molestarte. - Sonreí maliciosamente.

Deseaba con todas mis fuerzas que no volviera al inicio de la conversación, ya que todavía no se me ocurría una buena excusa.

- Como sea, ¿qué haces aquí?.

Mierda..

- ¿Y bien?. - Su voz gruesa me devolvió a la realidad.

- Yo... - Desvié mi mirada. - Sólo te vi y quise ver cómo estabas.

- ¿Acaso te preocupo?. - Arqueó una ceja con una sonrisa formándose en su rostro.

- Cállate. - Le clavé una mirada fulminante. - Es que la otra noche te noté raro.

- Tal vez estaba cansado, no era nada. - Elevó sus hombros con indiferencia. - Pero pudiste haberme llamado o haberme mandado un mensaje.

- No tengo tu número, genio.

Se acercó a mí y sacó mi teléfono de mi bolsillo sin titubear, para luego mostrármelo.

- ¿Puedes?. - Me clavó una mirada neutral y desbloqueé el teléfono en el que agendó su número. - Listo.

Esbozó una sonrisa alegre, como si fuera un niño al que le acababan de dar un dulce.

- Ahora puedes llamarme cuando quieras, a la hora que quieras. - Me guiñó un ojo y sonrió al ver que yo me sonrojaba por su acción anterior.

- No será necesario. - Agarré mi celular y volví a guardarlo.

- De repente te vuelves muy seco y eso me confunde. - Dramatizó.

- Soy difícil de entender. - Le aseguré con un tono de broma.

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