Capítulo 7: "El cactus viviente".

12 4 2
                                    

El sol ardiendo me estaba irritando bastante, las flores me dan algo de alergia, aunque son bonitas.
- Noah, querido.
- ¿Si, tía?. - Traté de seguirle el paso.

Llevaba ayudando a mi tía con su jardín por horas, tiene demasiadas plantas y esto se está volviendo agobiante.

- ¿Revisas las macetitas de cactus que están por allá, por favor?. - Señaló unas macetas a lo lejos. - Iré a preparar limonada.
- Está bien. - Suspiré y me dirigí hacia las plantas.

Las macetas estaban situadas delante de otras macetas mucho más grandes, las cuales tapaban el paredón que divide la casa del vecino de la nuestra.

- Boo.
- ¡MIERDA!. - Di un respingo.
- Ni que fuera tan feo. - Susurró el pelinegro con su ceño medio fruncido.
- Casi me matas del susto, imbécil. - Fruncí mi ceño.
- ¿¡Pasó algo, cariño!?. - Espetó Beatrice desde la casa.
- ¡No, sólo me pinché con un cactus, no es nada!.
- Y uno muy filoso. - Agregó Víctor en un susurro mientras sonreía divertido.
- ¡Ten cuidado!.
- ¡Sí, gracias!. - Suspiré y dirigí mi mirada al pelinegro nuevamente. - ¿Qué carajo haces aquí?.
- Te extrañaba y vine a visitarte. - Sonrió nuevamente, pero esta vez sin una pizca de humor.
- Noah, ven a ayudarme. - Beatrice estaba acercándose.
- ¡Espera!. - Empujé al pelinegro tras los arbustos y me acerqué hacia mi tía, quien por suerte no logró captar la presencia del rufián francés. - Lo tengo.
- Gracias. - Le dió un sorbo al vaso de limonada. - ¿A quién le hablabas?.
- Yo... - Tomé un sorbo de limonada para darme tiempo a pensar algo, mi mente estaba en blanco y mi corazón latía a mil por segundo. - Pensaba en voz alta.
- Tranquilo. - Rió. - También soy de hablarle a las plantas, pero queda entre nosotros.
- Si, gracias. - Mi respiración aún se sentía agitada.
- Puedes descansar, gracias por ayudarme. - Se dirigió nuevamente a la casa.
- Gracias, pero me quedaré aquí un minuto más, el día está lindo. - Respondí casi instantáneamente.
- Como desees, pero ponte protector solar, el sol está fuerte.
- Gracias. - Una vez que me cercioré de que se había metido a la casa, me acerqué al arbusto. - Ya sal de ahí.
- ¿Hablas con las plantas?. - El pelinegro se asomaba entre los arbustos, aún escondiéndose entre los mismos. - Eres raro, trepamuros.
- Cierra la boca. - Protesté. - ¿Qué quieres?.
- Ya te dije, vine a verte. - Puso los ojos en blanco. - Pero al parecer no eres capaz ni de saludarme como corresponde.
- Deja de dramatizar, y escóndete mejor, se supone que soy un raro que habla con un cactus. - Hice de cuenta que regaba otras plantas de alrededor.
- Soy un cactus viviente. - Al sentir un chorro de agua cerca suyo, se alejó unos centímetros. - Y cuidado, que si me mojas serás tú quien termine en la piscina esta vez.
- No sabía que eras resentido, Víctor. - Bromeé. Por unos segundos se me vino una pregunta a la cabeza y me moría de curiosidad por la respuesta. - Nunca me habías dicho tu apellido.
- Me da asco.
- ¿Por qué?. - Arqueé una ceja mientras repetía constantemente la acción con la manguera.
- No sé si recuerdas que no tengo lindos recuerdos de mis padres, en especial con mi padre, y no estoy muy orgulloso de llevar su apellido. - Rodó los ojos.
- Sólo quiero saberlo, no lo mencionaré. - Insistí.
- Dubois, y si lo usas en mi contra, te asesino.
- ¿Desde cuándo te volviste tan violento?. - Sonreí.
- Sólo te estoy advirtiendo.
- Si, sé que no me harías daño.
- Sólo si no mencionas ese apellido. - Añadió.
Mientras el pelinegro jugaba con unas ramas y hojas que estaban tiradas, me decidí a mirarlo detenidamente. Noté unos moretones en sus nudillos, como si se hubiese peleado con alguien, pero no quise meterme, no es de mi incumbencia.
- ¿Con quién dejaste a Emma?.
- Con los padres de Charlie y Rose. - Seguía centrando su mirada en el césped y las ramitas. - ¿Qué tal estuviste estos días?.
- Bien, supongo. - Siento que él esperaba que dijera algo más, después de todo, vino hasta acá sólo para verme. - Estuve pintando.
- ¿Puedo ver?. - Elevó su mirada hasta encontrarse con mis ojos.
- Claro que no, está mi tía en casa, y además... - Fruncí un poco mi ceño.
- ¿Qué?. - Ladeó su cabeza.
- Me da vergüenza.
- Soy un amante del arte, no juzgo, admiro. - Admitió. - De seguro pintas increíble.
- Gracias, pero eso no lo sabes.
- Si tan sólo me dejaras... - Insinuó el pelinegro, esbozando una pequeña sonrisa.
- Ni lo sabrás. - Agregué.
- Está bien, está bien. - Puso los ojos en blanco y se levantó del suelo.
- ¿A dónde vas?. - Tiré la manguera al césped y lo miré directamente.
- Dejaré que termines con esto, tal vez nos veamos en unos días, o como quieras. - Se trepó al paredón y se quedó mirándome tras notar que iba a decir algo.
- Creí que te quedarías. - Tomé una bocanada de aire. - Siempre insistes en quedarte.
- No quiero ser molesto. - Admitió.
- Ya lo eres. - Intenté bromear.

En otra sintoníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora