Estoy recostada en el sofá de la habitación en donde mantenían a mi padre. No pude dormir en toda la noche. La agonía y ansiedad no me dejaban descansar.
Los chicos se fueron hace varias horas, les insistí en que fueran a descansar, diciéndoles que yo ya estaba bien.
Miraba el pequeño narciso que yacía dentro de un florero sobre una mesa junto a la camilla de papá, éste se movía al compás del viento que se colaba por la ventana y ese fue mi único método de distracción.
Es una linda flor, mi favorita, en realidad. Crece gracias a luz brillante del sol, pero un solo problema hace que se marchite y se llene de oscuridad. Es suave y débil. Justo como mi estabilidad emocional.
Veo a mi madre en ese delicado narcioso, tan hermoso y dulce, pero a la vez tan frágil. Todavía sigo recordando su rostro y su radiante sonrisa tan vívidos como el agua de un manantial.
Observo el cielo y siento su mano sobre la mía mientras me dedicaba sus últimas palabras.
Ella me había dicho que siempre estaría ahí conmigo. Dijo que no dejara que mi soledad pudiera cegarme de las alegrías que me diera la vida.
Yo también era como ese narciso que estaba dentro de aquel florero, necesitaba de los rayos del sol para crecer y esos rayos eran mi familia.
Me pongo de pie al escuchar un sonido y me acerco a la camilla de mi padre sonriendo, al verlo abrir sus ojos con lentitud y mirarme descorcentado. La dicha es tan grande que no hay tiempo para más lágrimas y abro la puerta de la habitación gritando que él por fin había despertado.
—¡Despertó!—expresé llena de felicidad y sentí mi pecho oprimirse—¡Él está bien!
La misma enfermera de ayer llega junto a un doctor y entre ambos le explican a mi padre lo ocurrido. Cuando terminan y le dicen que debe mantenerse en reposo durante varios meses, corro a él para abrazarlo.
—Estás bien—sonrío alegremente, respirando hondo para guardar su olor conmigo—no vuelvas a hacer eso.
—No lo haré—me besa la cabeza—no volveré a dejarte sola, no ahora.
—Te quiero—lo abrazo otra vez.
—Y yo más—lo corresponde acariciando mi cabello—¿no fuiste a la escuela?
—No iba a dejarte solo—reprocho y él ríe por lo bajo.
—Deberías llamar a tu tía Christa, no puedes dejar de ir a tus clases por mí—replica y me siento en la camilla para verlo cruzada de brazos.
—Eres mi papá. Eres mi maldito pilar. Podría dejar hasta la estúpida beca y toda mi vida solo por saber que estás bien—demando y agacha la cabeza con una sonrisa melancólica.
—Eres igual a tu madre, tan terca y cabezota—sus ojos se fijan en los míos—de todas formas, llámala. Tampoco puedes quedarte a cuidarme tú sola, de seguro estás agotada y...
—Papá—lo sostengo de los hombros—estoy bien y la llamaré si eso quieres, pero no debes preocuparte por mí, ahora lo que importa eres tú y tu salud—alego con sinceridad.
Justo como mi padre lo había pedido, llamé a mi tía Christa y ahora la estaba esperando en las afueras del hospital mientras que la enfermera le cambiaba las vendas a mi padre.
Un auto negro era conducido de forma alocada por el estacionamiento del lugar y éste casi choca con otro auto haciéndome negar con la cabeza presa de la vergüenza.
—¡Ten más cuidado, perra!—grita el hombre al que iban a chocar tocando la bocina.
—¡Perra tu abuela, imbécil!—grita la del auto negro estacionándose de mala manera y sé que en menos de cinco minutos a infringido más de diez leyes de transito.
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Una Trilogía Perfecta #1
Romance¿Qué pasaría si un día tres chicos desconocidos llegan de una manera inesperada a tu vida invitandote al baile escolar? Los tres hermanos Lewis, son tan perfectos, pero ¿Con quién quedarse? Kya Wilson, una chica de 17 años, estudiante becada del in...