[11] ♡Supervivencia♡

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La cabeza me martilla, no soporto el dolor ensordecedor que penetra mi cráneo. No recuerdo muy bien lo que ocurrió después de caer en el suelo como un costal de papas.

Me remuevo en mi sitio y siento algo cómodo rodear mi cuerpo. Respiro hondo y un olor dulce se impregna en mis fosas nasales. Hago una mueca y con mi mano derecha aprieto un trozo de tela que hay debajo de mí, bajo ésta percato la textura suave de la piel de una persona y abro los ojos inmediatamente.

Alzo la cabeza y de manera instantánea, me topo con la mirada perdida y azulada de Jayden que se fija en un punto inespecífico. Él me tiene rodeada entre sus brazos como si fuera una delicada muñeca de cerámica que podría romperse en cualquier momento.

Él nota mi pesado mirar y agacha la cara para verme a los ojos de forma inexpresiva. Al caer en cuenta de mi conciencia, me acaricia el rostro con sutileza y suspira más relajado.

—Al fin despertaste—musita con una voz ronca y cansada.

Oigo el piar de los pájaros desde acá y los brillantes rayos del sol adentrarse por las grietas de las rocas.

Divisé bajo sus ojos dos bolsas oscuras y me sentí mal al darme cuanta de que se ha quedado despierto toda la noche. 

—¿No has dormido?—pregunto a lo bajito y él me detalla con ímpetu.

—No podía arriesgarme a que algo te pase en medio de la noche—responde simple y hago una mueca junto con un poco de remordimiento.

—Lo siento—murmure apenada.

—¿Por qué te disculpas? No estaba en tus manos que te diera un ataque de hipotermia repentino.

Con sus dedos apartó unos cuantos mechones dorados de mi frente y aquel acto me pareció tan puro, que no pude evitar sonreír conmovida.

—Gracias—agradecí tomando la mano con la que acariciaba mi cara y él no mostró expresión alguna de alteridad. 

—Tu salud es primordial—me sonríe y muero de ternura al distinguir el color rojizo que ahora decoraba sus pómulos.

Nos quedamos disfrutando del silencio del otro y me acurruque mejor contra su pecho, oyendo los latidos de su corazón retumbar junto a mi cuerpo. Estaba muy acelerado. Me quedé descorcentada delante eso, pero supuse que tal vez sea por el cansancio.

Comencé a juguetear con su mano y al alzar la mía me percaté de que yo llevaba puesta la sudadera que él traía antes y él se había quedado con la camisa anaranjada del uniforme que estaba un poco tiesa gracias a la manera no tan convincente en la que se secó.

—¿Me has dado tu sudadera?—inquiero sorprendida.

—Tenías un ataque de hipotermia, ¿Con qué te iba a cubrir? ¿Con hojas?—suelta irónico y bufo por su actitud sardónica—me terminarás dejando sin sudaderas—bromea y suelto una risita junto a la ronca que él emitía.

—¿No crees que debemos ir por los demás?—sugiero después de un rato disfrutando de la tibieza de su cercanía.

—Deberíamos—arguyó sin más.

—¿Estarán muy lejos?—consulto levantando la mirada para verlo.

—No lo sabremos si no comenzamos.

Con delicadeza me aleja de su regazo y se levanta dándome su mano para ayudarme a ponerme de pie.

A pasos lentos y sigilosos salimos de la cueva contemplando el paisaje salvaje que la isla ofrecía. 

El sol resplandecía sobre la mezcla de árboles silvestres y escasas palmas verdosas que crecían del interior de la tierra. Los pájaros volaban junto a los destellos del astro luminoso y algunos animalitos terrestres corrían en el suelo desigual lleno de rocas.

Una Trilogía Perfecta #1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora