JOAQUÍN
—Demonios, chica. ¿Cómo pudiste no decirme?
Joaquín se estremeció ante la furia en la voz de su abuelo. En los doce años que tenía de vida, él nunca había oído al más viejo de los Gress levantarle la voz a su madre. Incluso cuando lo merecía. Lo cual era todo el tiempo.
Hablaba mal del papá de Joaquín con frecuencia. Él estaba muerto y ella todavía no paraba de culparlo por todas las cosas malas que habían pasado en sus vidas.
—Porque no es de tu incumbencia —dijo su madre, su tono lo suficientemente frío como para enviar un estremecimiento de miedo a lo largo de la espina de Joaquín—. Joa no tenía el derecho a decirte. Podríamos meternos en muchos problemas.
—¿No tenía derecho? ¿No tenía el derecho? Tienes suerte de que sea un caballero o te abofetearía en la boca. Es mi nieto. Ese hombre le hizo daño a él, no a ti. Tiene todo el derecho de gritarlo desde el maldito tejado si así lo desea. Un derecho que le robaste con esta… broma de acuerdo.
Ella resopló. —Que fácil para ti decirlo. Joaquín y yo podríamos necesitar esos siete ceros si él no consigue recomponerse. Él ya tiene que retirarse de un contrato por sus ataques de pánico. Si no puede superar esto, tendremos que sobrevivir de alguna forma.
La culpa se cuajó en su estomago como la leche pasada. Él estaba intentándolo, solo tenía doce años y estaba intentándolo. ¿Ella no lo veía?
Joaquín limpió las lágrimas en sus mejillas, con el rostro rojo presionándose a sí mismo dentro de la pequeña alcoba en la cima de las escaleras. No podían verlo. Ellos no sabían que él estaba escuchando. No había forma de que supieran que él estaba allí, pero, aun así, él se sentía vulnerable.
Jaló las piernas a su pecho, envolviendo sus brazos alrededor de ellas y descansó la mejilla contra sus rodillas levantadas.
Él pensó que ella estaría feliz ahora que tenía dinero, pero no lo estaba. Todas las veces que él lloraba, todas las veces que se despertaba llorando, ella lo miraba con tanto disgusto. Algunas veces, intentaba chantajearlo con videojuegos o dulces.
—“Solo sonríe. Vamos, Joa. Eres un actor. Solo actúa como si nunca hubiese pasado hasta que olvides que en realidad pasó. Sé que no lo parece ahora mismo, pero esto puede ser lo mejor que nos haya pasado”.
—Tú, perra avariciosa —Los ojos de Joaquín se abrieron de par en par, y mordió su labio inferior hasta que sintió el sabor cobrizo. La voz de su abuelo temblaba como si apenas pudiera sostenerse a sí mismo. Joaquín entendía ese sentimiento—. Cuando mi hijo bueno para nada murió y te dejó sin un centavo, me aseguré de que tú y mi nieto no necesitaran nada. Te di mi casa, pagué tu carro y tus miles de dólares en deuda de tarjetas de crédito. Demonios, incluso pagué tus tres viajes a rehabilitación. Pero eso no fue suficiente para ti. Empujaste a mi nieto frente a la cámara al primer chance que tuviste, beneficiándote de mi nombre y mi legado.
—Joa ama actuar. —Ella juró.
Era verdad. Joaquín lo había amado. No había nada mejor que ponerse un disfraz y pretender ser alguien más por algunos momentos. No importaba quién. Pero eso estaba arruinado ahora. La única cosa que Joaquín había amado más que a nada ahora era sucia, fea y torcida. Ahora, cada vez que la cámara estaba sobre él, era como si millones de hormigas se arrastraran bajo su piel, y su estómago se retorcía como si estuviera en una montaña rusa.
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MADNESS
FanfictionEn Hollywood, ser un sociópata es más una habilidad vital que un diagnóstico. Joaquín y Emilio sólo tienen una cosa en común. Ambos llevan máscaras. •ADAPTACIÓN•