Joaquín odiaba los eventos de alfombra roja.
Él lo odiaba, odiaba cada maldito evento de alfombra roja, lo hacía sonar como un completo imbécil, pero era verdad. Revolvían su estómago, lo hacían desde que era pequeño. No eran las cámaras ni los reporteros, ni siquiera los fans gritones. Era el acceso. En el momento en que salía del auto, ya no se pertenecía a sí mismo.
Cualquiera podía hacer lo que quisiera, y todo lo que él podía hacer era aguantarlo.
El conductor de la limusina permaneció afuera, con la mano en el picaporte, esperando a que Joaquín tocara y lo dejara saber que podía abrir la puerta. Pero no podía decidirse a hacerlo.
No podía retrasarlo por mucho más. Otros autos estaban esperando.
Él observó fuera de la ventana, sintiéndose como si tuviera una roca en su estómago a pesar de no haber comido en todo el día. Los flashes aparecieron, causando que las luces danzaran frente a sus ojos.
Su co-estrella y cita, Alessandra Cortes, apretó su pierna saltando un poco en su asiento.
—Míralos. Esto es surreal. Sé que no es nada para ti, pero, mierda. Nadie en casa en Des Moines¹ creerá nada de esto —Ella se giró lejos de él, tomando un video de las luces de los flashes detrás de ella.
Él le dio una mirada, deseando poder eliminar su humor de perros y solo disfrutar de la noche por lo que era, una oportunidad de que el mundo viera todo su duro trabajo dar frutos.
Estaba en Sundance.² Era algo importante. Todos habían trabajado muy duro en esta película. Él necesitaba aguantarlo. Era lo que hacía.
Era quién era. Él era un actor. Podía actuar como si sintiera algo más que un pánico ciego. Si solo pudiera entrar al estado mental correcto, él podría ser quien quisiera ser.
—Jesus, Joaquín. Todas estas personas están aquí por ti. Lo menos que podrías hacer es lucir feliz. Solo abre la puerta, y hagamos esto antes de que mi peinado se marchite.
Tomó una respiración profunda y la dejó salir antes de golpear suavemente los nudillos contra la ventana. El conductor arrastró la puerta para abrirla, y millones de flashes le provocaron una mueca de dolor. Nunca se acostumbraría a eso.
Una vez salió del auto, se giró para ayudar a Alessandra. Sus tacones eran muy altos, y él dudaba que ella pudiera arreglárselas sola.
Nadie aparecía en Sundance en esmoquin y trajes de gala. Todos menos Joaquín y sus pantalones de gala negros y camisa de botones con su saco negro en combo… Lucifer lo aprobó.
Su ritmo cardíaco bajó incluso ante el pensamiento de su nombre. Ella estaba allí afuera, nadando con otros tiburones, incluso aunque no tenía ninguna razón para estar en la alfombra roja. Para eso tenía a Paige, su publicista, para navegar eventos como este. Pero Lucifer siempre tenía una agenda. Joder. Él solo quería irse a casa.
Solo les tomó como treinta segundos para que ambos fueran arrastrados hacia el caos usual. Fans gritando, suplicando por autógrafos, reporteros de tabloides vociferando preguntas por encima de las barreras, los encargados intentando desplazar la bola de periodistas lo más rápido posible.
Joaquín mantuvo la cabeza hacia abajo para proteger sus ojos, sabiendo que habría otro montón de cámaras justo en la esquina.
La representante de Alessandra los saludó, inclinándose para susurrar algo en la oreja de la chica. Paige no estaba en ningún lado, y tampoco Lucifer.
Él agarró el brazo de Alessandra lo suficientemente fuerte para que ella succionara una respiración dolorida.
—¿Qué pasa?
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MADNESS
أدب الهواةEn Hollywood, ser un sociópata es más una habilidad vital que un diagnóstico. Joaquín y Emilio sólo tienen una cosa en común. Ambos llevan máscaras. •ADAPTACIÓN•