Chapter 4

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Emilio encendió un cigarrillo y dio una calada, su mirada fija un tiempo después de que Joaquín se hubiese girado.

Decepción lo invadió.

El chico era demasiado… excitable. Algo acerca de la forma en que sus mejillas se ruborizaban y su mirada se precipitaba como un conejito asustado un segundo después de que saliera regiamente de la piscina como un rey.

Él era… contradictorio. Sus acciones, su afecto, el comportamiento tan extraño entre ambos.

A Emilio le gustaba. Era algo diferente -el chico era algo diferente- después de cuarenta y dos años de monotonía. Emilio quería jugar con él un poco más.

—Oye. Tú.

Se giró para ver a la mujer de pelo oscuro ir hacia él agitando la mano hacia los restos de humo de su cigarrillo como si estuviese intentando ver a través de la neblina espesa de un incendio de categoría cuatro. ¿Todos en Los Ángeles eran así de dramáticos?

—Fumar es ilegal en prácticamente cualquier lugar de California. El cáncer de pulmón es real, y tu humo está arriesgando la vida de Joaquín. Lo sabes, ¿verdad? —Ella preguntó fulminando con la mirada a su cigarrillo.

Tomó una calada profunda, exhalando lentamente el humo en su rostro antes de arrojarlo al suelo y estampar el talón de su bota sobre él.

—Se acabó. Crisis evitada. —Ella tosió con desdén hacia él.

—Escucha, Marcus…

—Marcos —corrigió sabiendo perfectamente que ella no se había olvidado de su nombre en diez minutos después de la presentación.

—Sabía que era algo asi —dijo ella, ignorando su error—. No esperaba que tú fueras… bueno, así —Agitó la mano hacia él—. No puedo dejar que hagas… esa cosa que estabas haciendo. Eso acaba ahora mismo o tendré que reemplazarte. —Él arrugó el ceño, tratando de resolver esa declaración críptica, pero nada vino a su mente.

—No entiendo. ¿Esa cosa?

Ella plantó la mano en sus caderas, las uñas rojas lucían como sangre salpicada contra la tela de sus pantalones.

—Sí, tú y Joa coqueteando. —Emilio ladeó la cabeza, examinando a la mujer.

—¿Tú pensaste que estábamos ligando? —Emilio se tomó un momento para repasar mentalmente sobre las cosas que él percibía como coqueteos, afirmativamente él no se había equivocado esta vez—. Eso no era coqueteo. Sí algo, yo fui grosero

¿Qué tan jodidas tenían que estar las personas en esta ciudad para confundir a un imbécil con coqueteo?

Emilio había pasado la mayor parte de su vida sintiéndose como que era de otro planeta, pero estas personas eran realmente alienígenas para él.

—Conejito. Así es como voy a llamarte —Ella se burló, engrosando su voz en una terrible imitación que lo hacía sonar como si tuviera el IQ de un nabo.

—Yo no hablo así —murmuró.

Ella hizo rodar los ojos. —Mira, lo entiendo. Él es sexy. Es una celebridad. Lo suficientemente putilla para pasar de uno a tres en la escala de Kinsey¹, pero por fin he podido encaminar su carrera de nuevo, y él será cada pedacito de la estrella que fue su abuelo.

¿Qué era la escala de Kinsey?

Sus cejas se alzaron. —Sigo sin estar seguro de qué tiene que ver conmigo.

Ella hizo un sonido disgustado. 

—¿Estás bromeando? Es ya bastante difícil mantener su gato en la maleta sin ti tratando de oler su trasero como el gran lobo malvado —Ella chasqueó—. Joa y yo tenemos un trato. Cuando está en casa, él puede ser la reina del castillo, pero fuera de aquí, necesito que sea un gay accesible tipo Ellen, no un twink-gay “yas-queen” con brillantina. Su carrera depende de ello, así como la mía.

MADNESSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora