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¿Por qué no aprendería a pensar antes de hablar? No había querido ser grosero, pero nunca le habían pedido que se ocupara de los caballos. Estaba acostumbrado a entregarle las riendas a algún empleado sin siquiera detenerse un segundo a pensar. Pero esa no era una razón para que hubiera hablado así. Minho apartó su mirada indiferente de la olla de café que agitaba sobre las llamas.

—¿Sabes cómo ocuparte de un caballo?

—En realidad no. Yo...

—¿Puedes llevarlos a beber agua al riachuelo?

—Sí.

—¿Puedes estacarlos para que puedan pastar?

—Por supuesto. Yo...

—Entonces hazlo. Yo me ocuparé del resto después.

La forma tan dura en que él le dio esta orden hizo que Taemin quisiera negarse, pero algo en su manera de mirarlo le llevó a cambiar de opinión. El se volvió para ocultar su pena y su confusión. Desató los caballos y los llevó al riachuelo. No podía creer cuánto le dolía su frialdad. Era como si no sintiera nada en absoluto por el, como si no fuera más que un empleado al que había contratado para darle órdenes. Pero la pena que esto le producía confundía a Taemin. Esperaba sentir rabia. El dolor le sorprendía.

Los caballos se metieron en el riachuelo y bajaron el hocico a las aguas calentadas por el sol. Quería gustarle a Minho. No sólo que pensara que el era guapo, ni que le halagara y accediera a todos sus deseos. Ni siquiera que le deseara. Sólo quería gustarle. No era mucho pedir, pero le pareció imposible al recordar su mirada de frío desdén. Nunca antes había sentido esto por un hombre, y no sabía qué significaba. Sólo sabía que lo hacía sentir muy intranquilo, y esto tampoco lo había sentido antes.

Siempre había sido muy seguro de sí mismo en lo que atañía a los hombres. Antes sí que lo era con Minho, pero ya no. Él lo desconcertaba. Se sentía atraído por el y pensaba que era un doncel hermoso, pero no le gustaba en lo más mínimo. Una vez que saciaron su sed, los caballos sacaron sus empapados hocicos del arroyo. Taemin los llevó al pasto alto que crecía fuera del bosquecillo. Incluso un niño rico y mimado podía hacer eso. Había kilómetros de pasto en todas las direcciones. No entendía por qué seguía discrepando con Minho en asuntos de los que el poco o nada sabía, y en los que estaba casi seguro de que él tenía muchos conocimientos. Si se tratase de ir a una fiesta o a cenar, o de conocer a alguien importante, Taemin sabría exactamente qué hacer. Pero ya era hora de que reconociera que en aquella indescifrable pradera, él lo sabía todo y Taemin nada.


Minho estaba cortando un pedazo de carne seca y arrojando las tajadas en una olla de agua cuando el regresó a la fogata. Se detuvo un momento para darle una taza de café.

—¿Qué estás preparando? —le preguntó. El café estaba demasiado caliente y aún no podía tomarlo. No había donde dejarlo, así que lo sostuvo entre sus manos mientras se enfriaba.

—Una sopa de carne —respondió él—. Siempre llevo conmigo cecina y hortalizas secas. Es rápido y fácil de preparar. Claro que si tú quieres hacer algo...

—Yo no cocino.

Enseguida pudo darse cuenta de que había dicho algo que no debía. De nuevo.

—¿No cocinas o no sabes hacerlo?

—N... ninguna de las dos cosas —contestó Taemin, dándose cuenta de repente que él le estaba mirando como si Taemin fuese una especie de criatura rara e indeseable.

—¡Boah! —exclamó él indignado—. Debería habérmelo figurado.

Cortó la última tajada de carne y empezó a remover la mezcla.

Taemin (Libro 3 - serie 7 novios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora