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Frank y sus hombres desaparecieron después de recibir su dinero. Nadie intentó provocar una estampida aquella noche ni ninguna otra. Cada día que pasaba era idéntico al anterior: caluroso, agotador y muy largo, pero también significaba un avance continuo hacia las altas llanuras de Wyoming. El tiempo seguía siendo seco, pero la lluvia que caía hacia el oeste mantuvo los ríos y riachuelos fluyendo con suficiente agua para saciar la sed de todo el hato.

Las colmas boscosas dieron paso a vastas extensiones de pradera. Los incendios periódicos dejaron las llanuras sin árboles, sólo se encontraba algún bosquecillo aislado a lo largo de un río o de un arroyo sinuoso. Sehun llenaba la piel que colgaba bajó el carromato de provisiones de una mezcla de leña y rodajas de carne de búfalo ahumada, aunque estos animales se habían prácticamente extinguido después de la gran matanza que había tenido lugar durante los tres últimos años. Las hondonadas y los pliegues del terreno habrían podido ocultar cuatreros, manadas de búfalos o toda la ciudad de San Louis, pero no fue así. Un antílope ocasional introducía algo de variedad en la rutinaria dieta de cerdo, pero la poca diversidad de comida con la que contaban desafiaba incluso la capacidad creativa de Jun.

Un día Minho llevó a Taemin a un lugar bastante elevado desde el cual podía ver seis hatos distintos aproximándose en la distancia. Más de seiscientos mil longhorns habían seguido aquel camino en los últimos cuatro años, número suficiente para formar una fila ininterrumpida de bestias desde Abilene, Kansas, hasta Brownsville, Texas.

La monotonía de la rutina cotidiana fue quebrantada la tarde en que subieron una colina y se encontraron frente a frente con más de cincuenta comanches, la mayoría mujeres y ancianos que viajaban a pie.

—Yo hablaré con ellos —susurró Minho—. Que todo el mundo siga haciendo su trabajo. Max, vigila a Chan. No quiero armas aquí.

—Iré contigo —dijo Taemin.

—Quédate aquí. Es demasiado peligroso.

—También es mi ganado.

Taemin no sabía por qué insistía tanto en acompañar a Minho. En realidad, estaba más asustado que el día en que llevó un ternero al centro de la masa de longhorns, pero tenía que ir. Tenía que saber qué sucedería con su manada. Y con Minho. Un hombre, evidentemente el jefe del grupo, se acercó a ellos a caballo, y levantó la mano como para ordenarles que se detuvieran. El ganado, que seguía avanzando sin dejar de pastar, se desvió hacia la derecha. Los vaqueros lo seguían de cerca para mantenerlo unido. Al parecer el jefe no hablaba su idioma, pues empezó a hacer señas con las manos. Cuando Minho le habló, se volvió hacia su grupo y llamó a dos jóvenes indios para que le tradujeran.

—Son apaches —le susurró Minho a Taemin—. Sin duda son desertores. ¿Qué quiere el jefe? —le preguntó Minho a los guerreros pieles rojas, que hablaban gutural y muy fuerte.

Después de que éstos le tradujeron correctamente la pregunta al jefe, éste se quitó la capa que cubría sus hombros y se apeó del caballo. Era un estupendo ejemplar de hombre: su estatura era de más de 1,80 metros y tenía proporciones perfectas, pese a ser un hombre de edad madura. Era un jefe en toda regla. Aunque Taemin no conocía el lenguaje de las señas, podía adivinar el significado de algunos de sus gestos. Quería ganado vacuno. Afirmaba que toda la región que alcanzaban a divisar eran las tierras de caza de los comanches. Dijo que el hombre blanco era un intruso, que la gran matanza de búfalos por parte de los buscadores de pieles había provocado el hambre y la pobreza de su pueblo. Siempre había recomendado la paz, pero en su grupo sólo había indias y ancianos porque los hombres jóvenes lo habían abandonado para unirse a los jefes que abogaban por la guerra. Les ofreció permitirles cruzar su territorio a cambio de veinte cabezas de ganado.

Taemin (Libro 3 - serie 7 novios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora