Alarido XV

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Los pequeños ojos hinchados se abrieron con cautela, sintió que la luz los golpeaba y la suave, cálida, brisa de la mañana invadía todo el ambiente; brindándole una agradable sensación.

Se movió entre las suaves sábanas de su cama, a medida que bostezaba con tranquilidad.

Una dulce sonrisa invadió su rostro angelical al mirar a Lucifer, quien estaba sentado sobre la silla negra, que estaba junto a sus estantes. Se dio el lujo de soltar una leve risilla a causa de la escena que presenciaba.

Jungkook lucía cómodo sobre la silla giratoria, sus hombros estaban relajados y su expresión concentrada no disfrazaba la dificultad por la que estaba pasando. Estaba jugando con el cubo de Rubik.

El Diablo movía el juguete de un lado a otro, intentaba a toda costa ordenar todos los colores de la manera correcta, pero no lo conseguía y eso lo dejaba furioso.

Jimin lo miraba atentamente, conteniendo sus ganas de reír; pensaba que era demasiado gracioso ver a un hombre tan serio como Jungkook con un objeto como ese en las manos y lo más gracioso para el pelirrojito era que: Jeon sabía hacer cualquier cosa, menos manipular un cubo colorido.

Lucifer cerró los ojos, respiró profundo y exhaló, con la intención de mantener el control, buscando la poca paciencia que tenía en su interior, pero no la halló. Con brutalidad tiró el cubo contra el revestimiento, este  golpeó la zona con tanta violencia que se creó un agujero en la pared, lo que como consecuencia causó un sonido muy fuerte; Park casi muere de un ataque al corazón.

—¡Jungkook!—lo reprendió asustado, apoyando la mano sobre el pecho.

Jeon se volteó rápidamente, mirándolo con cierta incomodidad, mientras volvió a tocarse la nuca.

—Puedo pagar para que lo arreglen.—respondió avergonzado.

A Lucifer nunca le gustó perder el control tan fácilmente, aunque eso fuera bastante frecuente.

—Ahí está el desayuno.—cambió de tema mientras miraba a Jimin, quien seguía sin moverse.

Jungkook acostumbraba a hacer cosas extrañamente increíbles para un humano común, esto asustaba a Jimin, al mismo tiempo lo intrigaba.

El pelirrojo asintió desconfiado, sentándose sobre la cama desordenada. Sus cabellos anaranjados estaban completamente enredados, sus mejillas rosadas y las pequeñas pecas, claritas, atraían toda la atención del Maligno. Park era demasiado hermoso.

—¿Por qué me estás mirando así?—preguntó con vergüenza, a medida que acomodaba sus cabellos.

Siempre se sentía avergonzado por la mirada de admiración, la cual irradiaba tanta devoción que jamás podría ser explicada.

—Eres hermoso.—la expresión de Jeon cambiaba en todo momento, bastaba estar cerca del más bajito para que su vulnerabilidad se mostrara con vida y fuerza.

Las mejillas gorditas sonreían, junto a sus ojos y sus preciosos rosáceos labios, una sonrisa sutil y angelical.

—Gracias.—dijo con voz baja y serena que podría ser calificada de melodiosa.

Con un poco de pereza se estiró, tomando la bandeja para dejarla sobre su regazo.
Había frutas rojas y una jarra de refresco de naranja.

—¿Compraste esto?—preguntó un poco más sonriente, olvidando por un momento el agujero en su pared.

—No, tu madre lo trajo.—le respondió haciendo gestos con la cabeza a medida que daba vueltas en la silla.

El rostro de Park ganó un tono pálido, estaba confundido, nunca pudo traer a nadie a su casa, ni siquiera cuando era un niño. ¿Y ahora podía traer a un hombre a su cuarto, dormir con él y su madre no le reclamaba?

Caliente como el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora