𝟎𝟎𝟑

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La diosa desterrada había pasado un largo tiempo en el Olimpo. Todos los dioses se preocupaban por la castaña, no había comido mucho, se encerraba la mayor parte del tiempo y apenas hablaba con alguien. Los únicos momentos en que la vieron feliz fue cuando el hijo de Poseidón fue a verla y cuando Hades llevó a la chica a ver a sus padres.

—Estamos bien, cariño —le dijo su madre observándola.

—Debes ser feliz, mi princesa. No queremos que tu vida se desmorone por nuestra partida —exclamó su padre —. Tú no tienes la culpa de nada, mereces ser feliz.

La chica asintió y pasó un largo rato con sus padres hasta que tuvo que volver al Olimpo. En ese momento la chica volvió a desmoronarse.

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Ahora el dios del rayo se encontraba descansando. Sus ojos estaban cerrados y su aspecto era pacífico, pero su mente era un completo desastre. La imagen de Lynette convirtiéndose en aliada de Cronos lo atormentaba. La castaña había decidido vengarse de los dioses por no proteger a sus padres, ahora la chica mostraba su faceta oscura. Junto a Cronos, ambos lograban destruir a los dioses, convirtiendo al mundo en un caos. Vio la batalla que tuvieron contra el titán y la diosa. Sin duda alguna sabía que si eso sucediera, los dioses perderían. Lynette Roberts había acabado con todos, incluso tenía al gran titán bajo sus redes. Lo que mejor hacia la chica era tener a los demás bajo sus encantos, y su lado oscuro listo para tomar venganza la había llevado a saber manipular a las personas a su antojo.

Zeus despertó asustado. Sus sueños lo habían aterrorizado, lo único que podía esperar era que aquella dulce niña no eligiera el camino de la oscuridad, porque sería imparable. Todos caerían ante ella si Lynette Roberts decidía guiar el mal. La diosa sería la reina del mundo, y nadie ni nada podría detenerla.

 La diosa sería la reina del mundo, y nadie ni nada podría detenerla

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Lynette

Había pasado un largo tiempo, ha decir verdad, ahora iba de camino al campamento. Sentía que me hacía falta ver a mis amigos. Amaba a los dioses, fueron un gran apoyo, incluso iría cada que quisiera, pero sabía que ahora la mejor medicina que pudiera tener era estar cerca de mis amigos. Aún rehuía de Percy, él había respetado mi decisión y no había llamado mucho. Tenía miedo a tenerlo cerca y que él también muriera, porque al parecer todos los que amaba me abandonaban.

—Aquí te dejaré —exclamó mi hermano dejando mi maleta en mis manos.

Sus brazos rodearon los míos en un fuerte abrazo.

—Ve cuando quieras, siempre te recibiremos con los brazos abiertos —añadió Eros —. Además, vendré muchas veces.

Le di una sonrisa cerrada y me fui.

Al entrar me encontré con Grover junto a Annabeth, Quirón y Clarisse. El moreno me miró fijamente y la rubia abrió sus brazos casi poniéndose sobre Grover. Dejé caer la maleta y corrí hasta el moreno.

—Lamento lo que te sucedió, Ly —me dijo en el oído mientras me abrazaba.

—Está bien —respondí, aunque no estaba nada bien.

—Me encargaré de cuidarte, nada malo te sucederá.

Sonreí y me separé de él para abrazar a mi rubia amiga, quien me recibió feliz. Luego de ella siguió Clarisse. Fue un poco raro a decir verdad, su manera de consolarme era un poco fría y rígida, pero al menos lo intentaba. Clarisse quería ser una buena hermana para mí, y eso me hacía quererla por el solo hecho de que se esforzaba por mí. El último en saludarme fue Quirón, el hombre me dio un pequeño discurso motivacional, pero no lo escuché mucho. Lo único en lo que podía fijar mi mirada era en los ojos alertas de Grover. Veía como mis lágrimas caían alarmado, parecía que todo su entorno demostraba peligro. Él estaba alerta porque quería protegerme, se sentía mal por verme tan destrozada, y yo solo pude prometerme que actuaria lo mejor que pudiera. No quería que las personas a quienes quería sufrieran por mí.

—Puedes ir a la cabaña de Ares o Afrodita si deseas, pero tus padres creyeron que era mejor que tuvieras tu propia cabaña —indicó el centauro.

Asentí y tomé mi maleta para caminar tras el hombre.

Una enorme cabaña me recibió, sus paredes eran blancas con detalles dorados. Algunas cosas eran rosadas, como cojines, alfombras y más. El techo parecía estar encantado, porque una representación exacta de las estrellas decoraba el lugar. Había instrumentos, una armadura, ropa, una enorme cama —que me hacía recordar a la que estaba en el Olimpo— y un reproductor de música. El lugar era hermoso, pero al ser solo para mí, se veía solitario.

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—Alguien sálveme —pedí en un susurro al verme en el espejo. 

Mi reflejo no me parecía conocido, me veía demacrada, el color parecía haberse ido, mi cuerpo se veía un poco más débil. Mis ojos se mostraban vacíos, no había nada de felicidad, ha decir verdad parecía que la tristeza y el dolor vivían en el mar de mis ojos que amenazaba con dejarse caer en lágrimas por mis mejillas.

Pensé en mis padres y me sentí cada vez más sola, culpable. Ellos murieron por mi culpa.

—Sonríe, Lynette —me dije a mi misma —. Ellos no deben saber que estas destruyéndote en pedazos lentamente.

Salí de mi cabaña y en el camino me topé a Clarisse. La chica miraba con enojo a todos los que me daban una mirada lastimera. 

—Net, debes comer —exclamó Clarisse sirviéndome un poco de puré de patatas en mi plato.

—No tengo hambre —susurré.

La chica negó y tomó la cuchara para luego dirigirla a mi boca, parecía una gran bebé siendo alimentada, pero cuando intenté detenerla la castaña solo me regañó como a una cría y continuó alimentado. Por alguna rara manera, nadie se reía de esto.

—Acabamos —dijo dejando la cuchara.

—Gracias, Lari —respondí sonriendo.

Vamos, Lynette, debes esforzarte más.

Converse con mis hermanos de la cabaña de Ares, me fui a practicar con ellos y mis hermanas de la cabaña de Afrodita. Un arco era sostenido por mi mano, la flecha apuntaba al centro de mi objetivo, y la cara de la bestia, de Cronos y por último de Chris Rodríguez —a quien aún no había visto — corrieron por mi mente. Dejé soltar la flecha y esta dió al centro.

—Eso sí que es puntería —celebró la voz de Grover a mis espaldas.

—Gracias, Gro —respondí volviendo a colocar una flecha en mi arco.

Lancé mi flecha, pero otra flecha chocó con esta, partiéndola.

—¿Puedo unirme? —preguntó Annabeth.

—Sí —asentí para luego comenzar a practicar junto a la compañía de mi mejor amigo y la rubia.

A lo lejos mis hermanos batallaban en una pelea de espadas.

Debía adaptarme mejor, ahora esta era mi casa, pero aunque lo intentara, este lugar no se sentía como mi hogar.

Debía adaptarme mejor, ahora esta era mi casa, pero aunque lo intentara, este lugar no se sentía como mi hogar

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𝑬𝒗𝒆𝒓𝒍𝒂𝒔𝒕𝒊𝒏𝒈 ~ 𝐏.𝐉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora