Complicaciones

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Todo el mundo nos miró cuando nos dirigimos juntos a nuestra mesa de laboratorio. Me di cuenta de que ya no movía la silla para sentarse lo más lejos que le permitía la mesa. En lugar de eso, se sentó bastante cerca de mí; nuestros brazos casi se tocaban.

El señor Banner —¡qué hombre tan puntual!—entró en el salón de espaldas jalando una gran mesa metálica con ruedas con un reproductor de video y un televisor tosco y anticuado. Una clase con película. El relajamiento de la atmósfera fue casi tangible.

El profesor puso la cinta en la terca videocasetera y se dirigió hacia la pared para apagar las luces.

Entonces, cuando el aula quedó a oscuras, adquirí plena conciencia de Louis a menos de tres centímetros de mí. La inesperada electricidad que fluyó por mi cuerpo me dejó aturdido, sorprendido de que fuera posible estar más pendiente de él de lo que yo estaba antes. Estuve a punto de no poder controlar el loco impulso de extender la mano y tocarlo, de acariciar aquel rostro perfecto en medio de la oscuridad. Crucé los brazos sobre mi pecho con fuerza, con los puños crispados. Estaba perdiendo el juicio.

Los primeros créditos iluminaron el salón de forma simbólica.
Por iniciativa propia, mis ojos se precipitaron sobre él. Sonreí tímidamente al comprender que su postura era idéntica a la mía, con los puños cerrados debajo de los brazos. Correspondió mi sonrisa.
De algún modo sus ojos brillaban incluso en la oscuridad. Desvíe la mirada antes de empezar a hiperventilar. Era absolutamente ridículo que me sintiera aturdido.

La hora se me hizo eterna. No pude concentrarme en la película; ni siquiera supe de qué trataba. Intenté relajarme en vano, ya que la corriente eléctrica que parecía emanar de algún lugar de su cuerpo no se detenía. De forma esporádica me permitía echar una breve ojeada en su dirección, pero él tampoco parecía relajarse en ningún momento. El abrumador anhelo de tocarlo también se negaba a desaparecer. Apreté los dedos contra las costillas hasta que me dolieron por el esfuerzo.

Exhalé un suspiro de alivio cuando el señor Banner encendió las luces al final de la clase y estiré los brazos, flexionando los dedos agarrotados. A mi lado, Louis se rió entre dientes.

—Vaya, fue interesante —murmuró. Su voz tenía un toque siniestro y en sus ojos brillaba la cautela.

—Humm —fue todo lo que fui capaz de responder.

—¿Nos vamos? —preguntó mientras se levantaba ágilmente.

Casi gemí. Llegaba la hora de Educación Física. Me levanté con cuidado, preocupado por la posibilidad de que esa nueva y extraña intensidad establecida entre nosotros hubiera afectado mi sentido del equilibrio.

Camino silencioso a mi lado hasta la siguiente clase y se detuvo ante la puerta. Me volví para despedirme. Me sorprendió la expresión desgarrada, casi adolorida, y terriblemente hermosa, de su rostro, y el anhelo de tocarlo se inflamó con la misma intensidad que antes. Enmudecí; mi despedida se quedó en la garganta.

Vacilante y con el debate interior reflejado con los ojos, alzó la mano y recorrió rápidamente mi pómulo con las yemas de los dedos. Su piel tan fría como de costumbre, pero su roce quemaba.

Se volvió sin decir nada y se alejó rápidamente a grandes pasos.

Entre en el gimnasio, mareado y tambaleándome un poco. Llegué hasta el vestidor, donde me cambié como en estado de trance, vagamente consciente de que había otras personas a mi alrededor. No fui consciente de todo hasta que empuñe una raqueta. No pesaba mucho, pero la sentí insegura en mi mano. Vi que algunos chicos de mi clase me miraban a hustadillas. El entrenador Clapp nos ordenó jugar por parejas.

Gracias a Dios aún quedaban algunos rescoltos de amabilidad y Taylor, que acudió a mi lado.

—¿Quieres formar pareja conmigo?

crepúsculo /l.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora