Mark

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Me condujo de vuelta a la habitación qué había identificado como el despacho de Mark. Se detuvo delante de la puerta durante unos instantes.

-Adelante -nos invitó la voz de Mark.

Louis abrió la puerta de acceso a una sala de techos altos con vigas de madera y de grandes ventanales orientados hacia el oeste.
Las paredes también estaban revestidas con paneles de madera más oscura que la del vestíbulo, allí donde se alcanzaba a ver, ya que unas estanterías, que se elevaba por encima de mi cabeza, ocupaban la mayor parte de la superficie. Contenían más libros de los que jamás había visto fuera de una biblioteca.

Mark estaba sentado en un sillón de cuero detrás del enorme escritorio caoba. Acababa de poner un marcador entre las páginas del libro que sostenía en las manos. El despacho era idéntico a como yo imaginaba que sería el de un decano universitario, sólo que Mark parecía demasiado joven para encajar en el papel.

—¿Qué puedo hacer por ustedes? —preguntó con tono agradable mientras se levantaba del sillón.

—Quería enseñarle a Harry un poco de nuestra historia —contestó Louis—. Bueno, en realidad, de tu historia.

—No pretendíamos molestarte —me disculpé.

—En absoluto. ¿Por dónde van a comenzar?

—Por los cuadros —contestó Louis mientras me ponía con suavidad la mano sobre el hombro y me hacia girar para que mirara hacia la puerta por la que acabábamos de entrar.

Cada vez que me tocaba, incluso aunque fuera por casualidad, mi corazón reaccionaba de forma audible. Resultaba de lo más embarazoso en presencia de Mark.

La pared hacia la que mirábamos era diferente de las demás, ya que estaba repleta de cuadros enmarcados de todos los tamaños y colores —unos muy vivos y otros monocromáticos y apagados— en lugar de estanterías. Busqué un motivo común que diera coherencia a la colección, pero no encontré nada después de mi apresurado examen.

Louis me arrastró hacia el otro lado, a la izquierda, y me dejó delante de un pequeño óleo con un sencillo marco de madera. No figuraba entre los más grandes ni los más destacados. Pintado con diferentes tonos de sepia, representaba la miniatura de una ciudad con tejados muy inclinados y finas agujas en lo alto de algunas torres diseminadas. Un río muy caudaloso —lo cruzaba un puente cubierto por estructuras similares a minúsculas catedrales— dominaba el primer plano.

—Londres hacia 1650 —comentó.

—El Londres de mi juventud —añadió Mark medio metro detrás de nosotros. Me estremecí. No lo había oído aproximarse.

Louis me apretó la mano.

—¿Le vas a contar la historia? —inquirió Louis.

Me volví un poco para ver la reacción de Mark. Sus ojos se encontraron con los míos y me sonrió.

—Lo haría —replicó—, pero se me hace tarde. Telefonearon del hospital está mañana. El doctor Snow tomó un día de permiso. Además, conoces las historia mejor que yo —añadió, dirigiendo a Louis una gran sonrisa.

Resultaba difícil asimilar una combinación tan extraña: las preocupaciones cotidianas de un médico de pueblo en mitad de una conversación sobre sus primeros días en Londres del siglo XVII.
También desconcertaba saber que hablaba en voz alta sólo por deferencia hacia mí.

Mark abandonó la estancia después de dedicarme otra cálida sonrisa. Me quedé mirando el pequeño cuadro de la ciudad natal de Mark durante un buen rato. Finalmente, volví los ojos hacia Louis, qué estaba observándome y le pregunté:

crepúsculo /l.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora