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Cuatro meses y medio más tarde.

Natalia

–No, –contesto a Juanjo, que ya me está empezando a cansar. –Alejandro se podría sentir incómodo. –Le hago una señal con la mano a mi madre, que me está llamando justo en la puerta.

–¡No seas así! Yo quiero que estés. Además, hace mucho que no ves a los chicos. –No le cuelgo por respeto.

Llevo media hora discutiendo con él por teléfono. No para de insistir en que debería de ir a la fiesta que celebrarán en su casa, por su cumpleaños.

Es dentro de tres semanas. Dice, que me está avisando cuanto antes para que me haga a la idea de que iré.

No iré, lo tengo muy claro.

No me gustaría causar un problema entre Alejandro y su novia o lo que sea esa chica.

–Lo siento. Ya quedaremos otro día y te daré tu regalo, –Hago una pausa para coger aire. –pero no pienso ir.

–Sabes que me pondré muy triste si no. –Le dejo de escuchar porque mi madre me llama.

–¡Natalia! ¡Llegarás tarde a la cita con la psicóloga! –Le hago un gesto de que ya voy.

–Juanjo, me tengo que ir. No iré, no me lo discutas más. –Le cuelgo sin dejar que me responda a eso.

Corro hacia el coche y me monto de copiloto junto a mi madre.

–¿No deberías estar en reposo? –le pregunto preocupándome.

–Debería, pero tu padre no está y alguien te tiene que llevar. –Hago una mueca.

–Podría coger un autobús, no sería el fin del mundo.

–Da igual, estoy bien. Si Lorena aguantara unos días más aquí dentro...

–¿Y si te pones a dar a luz cuando estés sola? Papá me matará. –Ella se ríe ante mi comentario, pero es verdad. Mi padre últimamente está de los nervios y es muy sobreprotector.

No se puede quedar sola ni unos cinco minutos.

–Os llamaré. ¿Contenta por ir a tu última sesión? –Sonrío, no puedo ser más feliz.

–Mucho, no pensé que mejoraría tan rápido.

–Con ganas todo se puede.

–Bueno, aún seguiré yendo. –Hace una mueca al intentar aparcar, yo pongo cara de horror. ¡No me digas que Lorena nace ya!

–Falsa alarma, tranquila. –Relajo un poco la expresión. –Es un gran logro pasar de ir todos los días a la semana a ir solo uno.

–Lo sé, ¿y si vuelvo a empeorar? –Ya me invaden las preocupaciones. Mi madre me coge la mano al acabar de aparcar.

–No lo harás, y, si notas que empiezas a empeorar, hablaremos con Candy. –Le sonrío, de verdad que ella me ha ayudado más de lo que imagina. –¡Venga! ¡Llegarás tarde! –Justo cuando voy a cerrar la puerta me llama. –Luego ya me cuentas con quién hablabas tan enfadada.

Subo corriendo las escaleras hasta llegar a la planta.

–¡Hola Natalia! –Me saluda la recepcionista, nos hemos hecho amigas. Le saludo y llamo a la puerta de Candy para entrar.

–¡Hombre! ¿Qué tal? –pregunta Candy, que ya está sentada en su sillón morado.

–Muy bien. ¿Tú? –Me sonríe y le copio el gesto.

–Bien también. Estarás contenta de tu logro. –Yo asiento emocionada.

–Creo que me lo merezco.

¿Me gusta el verano?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora