Capítulo 8

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-Horacio... Horacio...- Una voz de terciopelo se hizo presente rompiendo con el silencio de una manera tan suave que parecía camuflarse con el sonido de la naturaleza que le rodeaba. -Horacio, cariño mío-

Aquella voz que dejaba en claro que se trataba de una fémina, le transmitía tanta tranquilidad, el tono tan familiar le hacía sentir una profunda paz en su interior, y a pesar de que le gustaría seguir descansado sobre aquel agradable monte, prefería continuar escuchando aquella melodiosa y dulce voz.

Después de unos minutos sin responder, sintió como un peso se recostaba encima suyo de manera delicada, aunque sus párpados continuaban cerrados, sentía conocer de quien se trataba, así que al estar tumbado boca arriba, llevó uno de sus brazos contra el cuerpo contrario, abrazándole justo por la cintura. Al hacer eso, se escuchó una baja y melodiosa risita, que le provocó dibujar una sonrisa satisfecha en su rostro al escuchar nuevamente ese sonido que atesoraba en lo más profundo de su corazón.

-Despierta, mi héroe dormilón- Pronunció dócilmente con un toque de alegría. -Debemos volver a casa-

-Podría quedarme aquí todo el día- Respondió con un tono sereno, terminando por abrir sus ojos heterocromáticos y fijarlos sobre el rostro de la mujer, devolviéndole la sonrisa que ella le otorgaba. -Podría estar así todo el día contigo, mi hermosa perla- Añadió llevando su mano libre hasta la cabeza de su amada, con sus dedos apartando apaciblemente los mechones rubios que tapaban el rostro de su esposa.

Pudo observar como la sonrisa de la mujer se ensanchaba con genuina felicidad tras sus palabras, admiró como su blanquecina piel se tintaba de un suave rosado a la altura de sus tersas mejillas, con su mano acarició las doradas hebras que brillaban como el sol y danzaban por la brisa primaveral. Al estar su amada recostada sobre su cuerpo, pecho contra pecho, podía percibir como su corazón latía con emoción, al mismo ritmo que el suyo.

Siempre mantenían esa misma aura de jóvenes enamorados aunque ya pasaran años juntos. El tiempo jamás podía cambiar ese amor que sentían el uno por el otro, sus corazones se enamoraban del contrario todos los días como si fuera la primera vez.

Los bicolores brillaban al tener en su rango de visión la figura de su querida esposa, sus pupilas parecían fascinarse aún más al examinar su rostro de cerca como en ese mismo instante. Una felicidad incontenible se desbordaba en su interior, sentía que si no expresaba de alguna forma todo aquello que estaba sintiendo, su corazón podría estallar, entonces con determinación llevó su mano a la nuca de la mujer, enredando algunos cabellos rubios entre sus dedos, el brazo que mantenía abrazando a la cintura de la fémina lo liberó solo un poco para posar su mano y dejar suaves caricias sobre su fina espalda. Finalmente fue empujando lentamente y con amabilidad de su nuca para aproximarla hasta la altura de sus labios, buscando iniciar una unión entre sus bocas para simbolizar todo aquel afecto que se tenían, sellándolo con un beso cargado del más sincero y puro amor que tenían el uno para el otro. Pero antes de realizar su anhelado cometido, sin haber cerrado completamente sus ojos, buscó los de su amada esposa, pero no pudo hallar nada. Por más que intentara, no conseguía vislumbrar aquellos luceros que le arrancaban millones de suspiros enamorados.

Detuvo cualquier movimiento, se concentró simplemente en encontrar esa dulce mirada que tanto le encantaba, pero por más que se esforzara, aquella parte donde se situaban los ojos de la rubia mujer se veían completamente nublados.

-¿Horacio?- Interrogó con extrañeza suplantando todo rastro de sonrisa por una mueca de preocupación. -Horacio... Horac... Ho...- Su voz cada vez fue pareciendo más lejana, a la vez que comenzaba a distorsionarse perdiendo su tono, momento en que las tinieblas aprovecharon para empezar a rodearlo y terminar por absorberlo completamente.

-¡Hércules!-

Abrió sus párpados de golpe y con brusquedad se reincorporó sentándose sobre el heno donde había estado recostado para dormir durante la noche, su ancho pecho se expandía y contraía rápidamente al respirar de forma agitada. Giró su cabeza de lado a lado con desesperación, intentando ubicarse en espacio y tiempo, a la vez buscando con esperanza aquella figura que se había presentado en su sueño.

Aunque sabía que no había sido un simple sueño, era un recuerdo, una memoria de su muy lejano pasado.

-Hércules ¿Estás bien?- Preguntó aquella voz que sonaba diferente a la de su sueño, ya que ésta era claramente la de un varón.

El guerrero estuvo un momento respirando hondo no solo para normalizar su respiración, sino que también era para mentalizarse que no estaba en ese tiempo de su pasado y que tampoco tenía a su amada pareja.

Al cabo de unos minutos volteó en dirección a la única persona que estaba dentro de aquel granero con él, quizás fue por el reciente sueño o que aún seguía algo dormido, pero por una milésima de segundos se quedó paralizado al vislumbrar la silueta de aquella mujer que apareció en su descanso. Los bicolores se ensancharon al chocar con unos profundos ojos azules brillando como dos perlas en el océano, borrándose al instante la silueta de su amada para dejar a la vista la figura de un confuso, y algo apenado, castaño.

-Ehh ¿Hércules?- Indagó desviando su vista a la puerta del granero un poco avergonzado, se sentía algo intimidado al tener esos peculiares ojos heterocromáticos fijamente sobre él, pero por alguna razón no le disgustaba.

-Estoy bien- Terminó por responder el pelinegro con sequedad, levantándose de su lugar. -Y te he dicho que no me llames así- Finalizó abriendo la puerta del granero para salir a tomar un poco de aire.

Un sonoro suspiro cargado de agotamiento se escapó de entre sus labios, carraspeó al sentir un nudo de tristeza atorarse en su garganta que provocaba que su pecho se oprimiera con dolor. Una amarga lágrima traicionera se deslizó por su rostro, rápidamente pasó su puño por sus ojos para borrar todo rastro al escuchar unos pasos acercándose, pero no se movió, se mantuvo dándole la espalda a quienes sean que estuvieran llegando.

-El desayuno está listo, emm...- Avisó la joven que servía en el castillo, acompañada del oji azul que se mantenía expectante sobre el comportamiento del guerrero.

El pelinegro se percató de que la chica había dejado la frase al aire porque seguramente el castaño le habría advertido que no le llamara por aquel nombre que solían utilizar las demás personas, pero sin querer responder ni entablar conversación, simplemente se limitó a voltear y caminar hasta ellos, dejándose guiar hasta el interior de la casa para comer y luego por fin marcharse de ese reino que solamente le daba mala espina.







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