Capítulo 3

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Cuarenta minutos fueron los que pasaron cuando la monarca de Seine abandonó los calabozos dejando a su paso un ambiente silencioso, aunque los que estaban encerrados en las mazmorras no eran capaces de tener noción del tiempo, allí no había ventanas que dejaran el paso a la luz del sol o al brillo de la luna, algo normal al encontrarse debajo del suelo.

-Me gustaría verte ¿Por qué no te asomas?- Rompió el silencio el joven de cabellera marrón asomándose a través de los barrotes.

-No puedo- Contestó con simpleza y un ligero toque de enfado.

Pero no era un enojo contra el chico de ojos azules, sino que era una molestia de haber hablado con la soberana del Reino, las pocas interacciones directas que tuvo con ella siempre le dejaban un mal sabor de boca.

-Vamos, si queremos salir juntos de aquí debemos confiar en el otro- Persuadió con una extraña sonrisa en su rostro. -Yo ya te mostré mi apariencia, ahora acércate tú hasta las rejas-

-No puedo hacerlo-

-Solo será un momento, es que si te quedas al fondo de tu celda, justo en la oscuridad, no puedo verte- Intentó nuevamente. -Despégate un poco de la pared hombre-

-Te he dicho que no puedo, estoy encadenado a la pared- Terminó por responder algo hastiado, la insistencia del joven solamente hacia acrecentar el enfado que le había dejado anteriormente la gobernante.

-¿Pero las cadenas de tus grilletes no son algo largas para asomarte un poquito aunque sea?- Bajó un poco su voz al percatarse del tono en la del contrario.

El guerrero suspiró con cansancio intentado tranquilizarse, como extrañaba cuando deambulaba sólo por el mundo. -No solo estoy sujeto contra la pared por mis muñecas, dos grandes cadenas afianzan mi torso también-

-Vaya hombre... Si que se pasaron contigo- Comentó bajito, un poco asombrado ya que al parecer eran ciertas las cosas sobre aquel sujeto.

Gustabo se mantuvo cerca de los barrotes, esta vez en silencio y pensativo, él era alguien que no creía con facilidad, había hecho un trato de escapar con aquel supuesto fuerte guerrero, pero sinceramente no pensaba que pudieran hacerlo. Tantos años encerrado allí abajo le habían hecho perder todo tipo de esperanzas, sus sonrisas no llegaban a ser completamente verdaderas, solamente las utilizaba para aprovecharse de la gente y así poder conseguir su cometido, escapar, pero después de tantos años de fracaso sus intentos cesaron y su optimismo se fue apagando. Aunque no sabía el porqué algo en su interior le decía que lo intentara una vez más. Cuando se enteró que el día anterior, mientras él dormía, trajeron a un nuevo prisionero, una extraña y pequeña llama de esperanza se encendió dentro suyo, como si esa persona por fin pudiera otorgarle lo que tanto deseó por mucho tiempo, libertad.

Y aunque seguía un poco escéptico al respecto, la manera en que la reina aseguraba quien era, la capacidad del guerrero de golpear al guardia aún estando sus músculos adormecidos y ahora enterándose la manera en que lo tenían encadenado, le hacían pensar que quizás era cierto que se trataba de un guerrero legendario e inigualable.

Sus pensamientos fueron cortados cuando la puerta de acceso a la mazmorra fue abierta sonoramente, pudo escuchar que era el guardia que custodiaba quién la abrió para darle entrada a la sirvienta encargada de traer los alimentos.

-Solo el guerrero comerá, el demonio ha faltado el respeto a su Majestad, quedará dos días sin comer- Se escuchó la clara voz del soldado.

Después de aquello la sirvienta dio una respuesta afirmativa, iba a devolverse por donde vino para dejar una de las bandejas nuevamente en la cocina, pero el guardia la detuvo, diciéndole que él se encargaría de hacerlo y que ella se ocupara de alimentar rápido al prisionero extranjero.

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