La luz que emitían las antorchas alrededor de la arena de combate era lo único que alumbraba a los dos participantes en aquella enorme construcción circular, el ambiente iba acompañado de los eufóricos gritos de la multitud alentando al guerrero, esperando emocionados que la lucha comenzara.
El pelinegro simplemente se quedó en silencio y detuvo su andar a un par de metros del castaño, sus manos aún estaban esposadas detrás de su espalda, movió ligeramente su cabeza para despejar un poco su vista, la cual fijó en el oji azul que parecía completamente paralizado en su lugar mirándole en todo momento con una clara aura atemorizada a su alrededor. Volteó su rostro elevándolo un poco en dirección al único lugar donde no estaba amontonado de gente, donde solo habían tres personas, la monarca de Seine sentada en su trono y dos guardias protegiéndola con postura firme y lanzas en sus manos.
-¿Qué esperas, hijo de Hércules? Termina con el ritual- Habló con seriedad desde su sitio, mirando aburrida como el guerrero seguía estático en su lugar y observándole fijamente con frialdad. -¿Necesitas algo para cumplir con esta encomienda?-
-¿Qué pretendes?- Interrogó el pelinegro con un tono para nada amistoso.
-¿Que qué pretendo? Simplemente quiero aprovechar que estás aquí para terminar con la mayor desgracia del reino- Respondió con una seca risita, señalando al castaño. -Extermina a ese demonio y te concederé tu anhelada libertad- Ofreció sabiendo que esa opción le sería difícil de resistir.
-¿Por qué debería cumplir tu capricho?- Volvió a preguntar el guerrero esta vez mostrándose un poco mas abierto ante la idea.
-No es un simple capricho, si asesinas a ese enviado de la calamidad estarías salvando a todas estas personas de la desgracia- Contestó con simpleza, utilizando un tono angustiado para persuadirle.
-¿Y si me niego?- Volvió a indagar, cambiando su expresión seria a una dubitativa.
-Condenarás a toda esta gente a vivir continuamente en el terror que causa ese monstruo- Respondió a la vez que señaló con repudio al castaño que simplemente guardaba silencio con su cabeza agachada. -Él es la desgracia del reino, hace muchos años mató a nuestros queridos reyes provocando que pasáramos años en peleas internas e incluso hambruna- Explicó con lo que quería parecer un tono dolorido por lo ocurrido. -Es la reencarnación del mal, manipula y asesina sin piedad, a quien se cruce con él simplemente le espera una vida llena de desgracias-
A las palabras de la monarca le llegaron acompañadas el bullicio de la gente afirmando lo que decía y algunas que otras simplemente rezándole a sus dioses para que los libraran de aquel infortunio.
-¿Y por qué ahora? Pudieron haberlo echo antes ¿No?- Habló nuevamente el pelinegro con un claro tono ignorante.
-¡Por supuesto que no! ¡Los mortales no somos nada en comparación a los dioses!- Respondió de inmediato la reina con un semblante de miedo. -Solo un dios o un hijo de los dioses podría ser capaz de realizar con éxito tal tarea. Por eso siempre los dioses nos piden a los humanos sacrificios de sangre, porque ellos no sangran-
-¿Y por qué no simplemente exiliarlo?-
-Porque llevaría la desgracia a toda la tierra- Contestó corto, ya hartándose de tanta palabrería. -¿Entonces lo harás o condenaras a toda la humanidad?-
El guerrero soltó un sonoro suspiro pesado, estaba cansado de aquel sitio y completamente hastiado de esa mujer, no podía esperar más para irse de allí.
-Te ofrecí dos tratos anteriormente y ambos los rechazaste, pero si cumples con éste encargo, te juro en nombre del reino que te otorgaré lo que más deseas-
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Búsqueda
De TodoSu viaje comenzó cuando decidió encontrar alguna forma de deshacer una maldición, cada vez iba aceptando más su desamparado destino hasta que una persona se cruza en su camino.