Capítulo 21

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-Horacio-

-¿Mmm...?- Respondió dormido ante el leve llamado de su nombre.

-Despierta, Horacio- Pronunció nuevamente con suavidad y más cerca del nombrado, dejando sentir su cálido aliento chocar contra la curtida piel del rostro del pelinegro.

Ante la insistencia los bicolores se abrieron lentamente, dificultándose el enfocar bien al estar aún adormilados, pero pudiendo vislumbrar una familiar silueta junto a un dorado cabello y un par de enormes luceros brillosos observándole fijamente con una sonrisa.

-¿Perla mía?- Habló con voz rasposa por estar recién despertando.

De inmediato el guerrero colocó su mano sobre la mejilla contraria y ajustó sus heterocromáticos en los brillantes azules que le devolvían la mirada, pero esta vez no había sonrisa, ésta había desaparecido y en su lugar se presentó un suave tono rosado sobre las pálidas mejillas, al igual que aquel largo cabello dorado se había transformado en uno más corto y de color castaño, junto a unas facciones más varoniles.

-¿Perla?- Preguntó el contrario totalmente confundido.

El guerrero no respondió, simplemente se quedó en su misma posición boca arriba en el suelo intentando procesar lo que ocurría y una vez consiguió ubicarse en el espacio-tiempo, inmediatamente se reincorporó obligando al oji azul a levantarse de encima suyo.

-Perdón, estaba dormido aún- Se justificó empezando a estirar sus músculos para desperezarse.

El castaño simplemente le observó en silencio y con una mueca en su rostro, de alguna forma le molestaba que le haya confundido a pesar de que sabía que el pelinegro estaba con sus sentidos adormilados. Era consciente de que el guerrero estaba soñando con su esposa, por eso sabía que a quien llamaba el de bicolores era a su antigua compañera de vida y no a él, sintiendo una pequeña punzada de envidia en su interior porque otra persona estuviera ocupando los sueños del fornido guerrero. 

Los heterocromáticos se desviaron disimuladamente hacia el castaño, notando como este al percatarse de su mirada volteó su cabeza hacia otra dirección, pero aún así el guerrero siguió con su mirada en el más joven. No sabía porqué su presencia le parecía tan familiar, sus gestos le resultaban reconocibles como si ya hubiera sido testigo de ellos, no lo entendía pero tampoco quería hacerlo, prefería evitar aquellos pensamientos porque todos lo llevaban a recordarle a su amada sin saber el por qué. No era la primera vez que la imagen de la mujer que amó se hacía presente anteponiéndose a la figura de Gustabo.

Sacudió su cabeza despejando su mente con las extrañas ideas de que quizás el castaño fuera algún tipo de descendiente de un familiar de su esposa, pero aquello no era posible, su amada perla solo lo tenía a él después de haber perdido a sus padres por la guerra y no tenía ningún tipo de familiares.

Vio al de orbes zafiros aproximarse hasta él con el bolso entre sus manos, al parecer estaba hambriento y lo mejor sería que comieran algo, desvió un poco su vista y encontró a su caballo pastando cerca del agua cristalina a un par de metros.

Hacía un día que habían llegado a aquel lugar, ese sitio natural donde había un manantial brotando de entre las rocas con verdosos arboles y arbustos a su alrededor, el agua fluía delicadamente mientras que las plantas bailaban al compás con la suave brisa del viento. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que disfrutó de un paisaje tan tranquilo con la amena compañía de otra persona, de alguien que poco a poco se estaba volviendo muy importante para él, una persona que se había ganado un lugar en sus recuerdos y que lo mantendría en mente incluso hasta que el castaño ya no estuviera en ese mundo para acompañarlo y él volviera a su eterna soledad tras su pérdida.

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