Capítulo 2

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Las lejanas tierras del Reino de Seine se encuentran totalmente ocultas de los demás imperios, dejando su existencia como un simple cuento de hadas, y aunque los demás reinos no sepan nada acerca de este territorio, los habitantes de Seine están bien informados del mundo exterior. Este misterioso lugar está protegido en medio de un inmenso bosque lleno de todo tipo de flora exótica y fauna mística, y solo los habitantes de dicho reino son conocedores del camino para llegar hasta ese territorio y salir de allí, todo extranjero siempre debe mantenerse lejos ya que si se aventura en la frondosa vegetación fácilmente puede terminar perdido por el extenso bosque y ni hablar de todos los tipos de criaturas peligrosas con las que pueden toparse.

Cualquiera diría que este Reino al estar completamente aislado es incivilizado y de bajas riquezas o materiales, pero realmente no es así, gozan de buenos recursos de todo tipo y una buena infraestructura, casi comparándose sus impresionantes construcciones arquitectónicas con los imponentes templos de Grecia o con el mismísimo Coliseo Romano.

Pero si había que hablar de algo que destacara de manera deslumbrante sería el gran castillo de los gobernantes, el cual poseía amplios jardines y a escasos metros se alzaba un Coliseo donde festejaban diversos eventos. Ambas edificaciones estaban completamente amuralladas y con una enorme puerta con rejas de hierro elevada por cadenas siendo el único acceso a cualquiera de los dos edificios.

Y debajo tierra del Coliseo de Seine se encontraban los calabozos donde aprisionaban a aventureros extranjeros que sin miedo alguno se tomaban la travesía de recorrer el bosque, algunos pocos llegaban a ser habitantes que actuaban contra la corona y otros eran prisioneros que retenían los reyes por algún interés en específico.

Desafortunadamente para el gran guerrero, su pasado y todo lo que su persona significaba, había atraído la atención de la reina, la actual gobernante en solitario del Reino de Seine luego de quedar viuda. Él no era ningún idiota, sabía que en cualquier Reino siempre lo buscarían para reclutarlo en sus filas de soldados y así obtener la victoria contra otros territorios, logrando conquistar cualquier ciudad que desearan.

El sonido de un par de pisadas acompañadas con el característico ruido metálico que producían las armaduras de los guerreros, rompió el silencio en las celdas, el guerrero de cabello negro aún así permaneció inmóvil en su sitio al fondo de su oscura jaula, sentado en el frío suelo con sus piernas cruzadas y su espalda recargada sobre la áspera pared.

Pudo oír perfectamente como los pasos se detenían justo en frente de su calabozo, pero permaneció con su cabeza inclinada hacia abajo sin intención de mirarlos.

-Levanta hijo de Hércules, la reina quiere verte- Informó uno de los guardias abriendo la reja sin preocupación alguna.

-¿Y por qué no viene ella aquí? Si es un sitio tan cálido y acogedor- Respondió con ironía repitiendo las palabras que la gobernante le dijo aquella vez que lo dejó allí encerrado ofreciéndole "hospedaje" en su Reino.

Después de soltar su comentario se escuchó una risita divertida al fondo de la celda de enfrente, rápidamente los guardias torcieron sus gestos en muecas de desagrado, uno de ellos se aproximó hacía el calabozo contrario y con su lanza golpeó fuertemente los barrotes en un gesto intimidante.

-Cierra tu maldita boca, demonio- Ordenó con frialdad pero aún así la risa del otro lado de la celda no cesó, enfadando aún más al guardia.

Mientras, el que había abierto la celda del pelinegro comenzó a acortar la distancia con el imponente guerrero, quien al notar los pasos acercándose hasta él apretó con fuerza sus puños y una vez lo tuvo enfrente tiró de sus manos intentado agarrar al guardia, pero los grilletes que lo encadenaban contra la pared lo detuvieron a una escasa distancia impidiendo que consiguiera su cometido. El guardia sonrió socarronamente, lo que hizo que el pelinegro chasqueara su lengua en señal de molestia y le observara con sus ojos bicolores, casi tapados por su largo y descuidado cabello, irradiando enojo. 

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