Capítulo 11

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Un débil aroma se coló por sus fosas nasales, obligándolo a abrir sus párpados al reconocer aquel familiar perfume. Lo primero que consiguió ver fue el claro cielo celeste con blancas nubes adornando el panorama, sintió la suave y verde yerba debajo suyo, reconociendo perfectamente donde estaba. Con calma se sentó admirando mejor el paisaje, inspiró hondo por su nariz buscando llenarse de aquel aire tan puro y tranquilizador de esa colina donde sentía su alma estar en completa paz.

A los pocos minutos escuchó a la lejanía unas pisadas, con curiosidad volteó su cabeza en dirección al sonido donde provenían los pasos, encontrándose con una silueta bajita vestida con un largo y simple vestido blanco. Era una mujer que caminaba descalza por la hierba, dando suaves pasos alejándose de él, lo único que el guerrero podía observar era la espalda de la fémina y su dorado cabello, pero eso no fue impedimento para reconocerla.

-¡Perla mía!- Llamó con aquel apodo cariñoso con el cual estaba acostumbrado.

La mujer continuó su andar sin emitir respuesta, lo que ocasionó que el de orbes bicolores se reincorporara de inmediato y empezara a correr en su dirección, pero por más que avanzaba nunca la alcanzaba.

-¡Espera!- Exclamó con desespero en su voz, estirando uno de sus brazos intentado llegar a ella.

-No me alejes, Horacio- Pronunció por fin la rubia mujer con un tono sereno, deteniendo su caminar pero todavía dándole la espalda.

Por mas que la fémina se detuvo, parecía que una pared invisible se empeñaba en separarlos, aunque el guerrero seguía ofuscado en querer acercarse a ella.

-Ahora mismo no puedes llegar a mi, mi héroe- Habló girando un poco su cabeza, permitiéndole que observara su sonrisa calmada.

-¿Por qué...? ¿Por qué no me dejas llegar hasta ti?- Interrogó con sus palabras temblando por la angustia que se alojó en su corazón.

-Tienes que dejarme estar contigo, no me alejes- Respondió volteando nuevamente su cabeza para iniciar de nuevo su camino lejos del guerrero.

-¡No, no! ¡Espera! ¿Qué intentas decir con que no te aleje? ¡Vuelve!- Gritó con desespero intentado echarse a correr pero gruesas raíces comenzaron a brotar de la tierra y empezaron a rodearlo. -¡Regresa! ¡No me dejes!- Empezó a luchar contra las raíces pero cada vez salían más y más cubriéndolo casi por completo, dejando que solamente viera la pequeña figura de la mujer a lo lejos sin voltear a ver al guerrero que rogaba con desesperanza al notar que ella no se detenía. -No me dejes otra vez...-

Su murmullo fue opacado al terminar completamente atrapado por aquellas raíces que lo aprisionaban dejándolo en plena obscuridad.

Abrió sus ojos heterocromáticos de golpe al oír mucho ruido en el exterior, se levantó de la cama y de inmediato se alistó para salir de aquella pequeña habitación de la posada donde se alojó, encontrándose con varias personas hablando con miedo y preocupación.

-Les juro por todos los dioses que los vi, fui temprano a vender la mercancía de mi negocio al pueblo vecino y tuve que regresar lo más rápido posible ¡Estaban los bandidos atacando la aldea!- Informó uno de los habitantes dejándose escuchar muy agitado al contar lo sucedido.

El dueño de la posada y su esposa estaban en medio del tumulto de gente, y cuando vislumbraron al guerrero, rápidamente se acercaron hasta él con inquietud y a unos pasos delante suyo se pusieron de rodillas.

-Si eres el verdadero al que llaman hijo de Hércules, por favor, escucha nuestro ruego y ayuda a nuestros vecinos- Pidieron ambos, la mujer soltando un par de lágrimas en el proceso. -Nuestros hijos y familias están en aquel pueblo, líbralos de los bandidos, por favor- 

Ante las palabras de la pareja, varios habitantes que habían escuchado el discurso tomaron la misma postura de arrodillarse y juntar sus manos en un ruego para que el guerrero accediera a ayudarles.  

-Todos de pie, por favor- Tomó la palabra el pelinegro, soltando un suspiro entre medio de la frase. -Les ayudaré- 

Todos los aldeanos se levantaron y comenzaron a soltar palabras de alegría, los dueños de la posada le miraron agradecidos y le dijeron que a cambio de la ayuda no le haría pagar nada por la estadía.

-El pueblo vecino está a una hora de aquí, te prestaré uno de mis caballos hijo de Hércules- Dijo otro de los pueblerinos de avanzada edad, guiando al mencionado hasta sus establos. 

El anciano le guió dejándole ver un enorme establo, pero los bicolores se vieron atraídos a uno en especial que corría por el corral en el aire libre, deteniéndose a verle con un ligero brillo de sorpresa en sus pupilas. 

-Este corcel llegó hace unos días a mi establo atraído por la comida, pero se mantiene en estado salvaje sin dejarse domar- Informó el aldeano, inseguro por la que parecía la elección del pelinegro. -Te recomiendo otro que está dentro, es rápido y está domesticado- Ofreció intentando que el guerrero le siguiera pero no lo consiguió.

Sin responderle, Horacio lentamente dio un par de pasos hasta el corral sin alejar su vista de los ojos del animal. El equino se detuvo al fijar sus oscuros ojos en el distinguido guerrero y a la vez que el pelinegro caminó para acercarse, el caballo también lo hizo.

-Ha pasado tiempo, viejo amigo- Susurró elevando su mano hasta posarla en la cabeza del cuadrúpedo. -¿Acaso sabías que vendría aquí y me esperaste?-

-Puedes quedártelo- Dijo el anciano adentrándose al establo, volviendo a los minutos con una silla de montar. 

El pelinegro recibió la silla de montar y se adentró al corral dispuesto a preparar al caballo para montarlo, el pueblerino se quedó del lado de fuera sorprendido al notar que aquel corcel salvaje parecía un animal dócil con el guerrero. 

Apenas terminó de ensillar al equino, el de bicolores se subió de inmediato y con las riendas en mano listo para cabalgar, le dio un breve asentimiento de cabeza al hombre de avanzada edad quien abrió la puerta del corral permitiéndole salir. 

Rápidamente el caballo echó a andar hasta la posada por orden de su jinete, donde se detuvo abruptamente dejando que su dueño bajara, el pelinegro se adentró al negocio y se dirigió a la que fue su habitación, tomando su espada y acomodándola en su cinturón, para volver a salir tan rápido como entró y subirse de nuevo a su corcel.

Dio un par de palmaditas sobre el costado del cuello del animal y tomó firmemente las riendas, empezando una nueva cabalgata, esta vez hasta el otro pueblo.

No debía perder tiempo ya que supuestamente había una hora entre pueblo y pueblo, pero eso era lo que menos le preocupaba, después de todo su fiel compañero equino siempre fue muy distinguido entre el resto de caballos. No solo su velocidad y resistencia eran envidiables, sino que también compartía un vínculo con el guerrero, uno que le permitía regresar y acompañarle en sus aventuras. 









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