Prólogo

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El joven de pelo rubio y rostro amable se escondió  en la cubierta mientras las cosas subían de tono alrededor. Los gritos y forcejeos, los golpes y peleas lo asustaron y se sintió mejor cuando se escondió donde nadie lo buscaría. Si Baumman lo viera, se hubiese reído y le habría dicho Muy bien Grumete, cuando las cosas se ponen feas debes alejarte.
  Desde su privilegiado escondite vio como apuñalaban al hombre, que ya estaba muy golpeado pero aún así reía como un loco. Se tapó la boca cuando vio como lo tiraban por la baranda del barco, siguió escondido mientras veía a los hombres entrar a los camarotes. Cuando se cercioro que no había nadie, bajo la canoa y con la última luz de la tarde busco a su antiguo capitán. Le costó muchísimo subirlo y agradeció estar bastante cerca del puerto, las cosas se habían puesto peligrosas tan rápido que no les había dado tiempo de internarse en el océano.
  Cuando llegó a puerto lo dejó ahí escondido y fue a buscar un carruaje, le costó muchísimo dinero conseguir a alguien que lo transporte y finalmente un hombre con una carreta aceptó hacerlo, lo ayudó a subir al herido detrás e hizo mala cara cuando lo vio mojado y manchado de sangre. Cuando llegaron al siguiente pueblo era de noche, le pido al hombre que lo deje en esa posada y que espere a unos metros. Se esforzó mucho para despertarlo, incluso le apretó la herida que no había dejado de sangrar, se había golpeado la cabeza cuando lo habían tirado del barco y también estaba sangrando de la cabeza.

— Despierta. — Murmuró varias veces hasta que lo vio abrir los ojos y quejarse suavemente. — Te dejaré aquí, espero que te cures. Lo hago en agradecimiento por todo lo que hiciste por mí. ¿Me estás escuchando? — Volvió a sacudirlo hasta que lo sintió emitir un sonido gutural. — Me llevaré el secreto a la tumba, te aconsejo que te cambies de nombre. Jamás vuelvas a decir quién eres. 

Rogó que lo haya escuchado, le escribió unas líneas antes de irse y dejarlo ahí. Sin nombre, se fue lo más rápido posible para que nadie le hiciera preguntas, era bueno mintiendo, guardaría ese secreto como Baumman había guardado los suyos. Miro por última vez la posada dónde lo dejó y se subió a la carreta rogando porque todos los de la tripulación no se dieran cuenta de que se había ido.

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