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Candy, no estaba convencida del todo de que la ropa de las mujeres casadas fuera de su completo agrado. Extrañaba sus vestidos sencillos y modestos que solía usar, puesto que iban más acorde a su personalidad. Pero no podía negarse a llevar aquel esplendoroso atavío de escote pronunciado y colores vibrantes, puesto que así lo dictaban las normas.

Dejó que su nueva doncella, una joven amable, tímida y muy simpática, le ajustara el corsé, antes de subirle la crinolina y de enfundarla en un sinfín de capas de tela. Terry, le había obsequiado aquel vestido de satén azulado, con bonitos ornamentos florales en la falda. Definitivamente su esposo poseía unos gustos muy exquisitos y sería una vil ofensa no aceptar aquel esplendoroso regalo. Así que, esbozando una media sonrisa se miró en el espejo, para acto seguido no reconocerse.

Había dejado de ser una jovencita para convertirse en una mujer, según los términos generales, debido a que aún su matrimonio no había sido consumado y para colmo Terry había desaparecido, nadie sabía su paradero y ella temía lo peor. Intentando ignorar aquel acontecimiento, pasó gran parte de la mañana conociendo a los empleados con quienes intercambió algunas palabras y opiniones con respecto a los cambios que deseaba para su nuevo hogar, la ama de llaves, estaba encantada con su nueva ama, le parecía inteligente, amable, sencilla y muy hermosa, sin duda el joven Terrence, había elegido muy bien.

Por otra parte, el duque de Grandchester, al ver a su nuera, no pudo evitar sentirse feliz, por lo que juntos salieron a caminar por los jardines del imponente castillo, en donde pasaron el resto de la tarde, mientras él le contaba una variedad de historias sobre sus antepasados, incluso se atrevió a contar lo dichoso que había sido su matrimonio con lady Eleanor. La caminata resultó estimulante y agradable, pues su suegro había resultado ser un gran conversador, un hombre inteligente, respetuoso y muy benévolo. Pero ella no dejaba de pensar en su ahora esposo, deseaba verlo y discutir con él.

—Espero, lady Candice, que este lugar sea de su agrado, me ha gustado ver como se ha sabido desenvolver con la servidumbre—elogió el duque de Grandchester.

—Es usted muy amable, excelencia.

—Le confieso que ya empezaba a preocuparme por mi vástago—hablo con pesar— . Temía que nunca fuera a sentar cabeza. Mi hijo no es un santo, pero tampoco es un mal hombre, él no es del tipo que gusta en embaucar a las jóvenes y marcharse, mi amada Eleanor y yo supimos educarlo.

—Entiendo—respondió ella en un susurro.

—Soy consciente que usted no ama a mi hijo. No se asuste, un padre se da cuenta de todo. Pero confío en que con el tiempo y la buena convivencia ustedes dos se lleguen a entender.

Candy, no aguanto más y se echó a llorar, haciendo que aquel hombre de apariencia orgullosa y estricta la abrazara y la consolara como si de una hija se tratara—. Soy consciente de cómo debe sentirse, pero le suplico que al menos le dé una oportunidad a mi hijo, si este matrimonio no llegara a funcionar yo mismo le ayudare a anularlo y que su reputación no salga perjudicada.

Una Duquesa Rebelde (Terryfic)  Ya en físico por Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora