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El día tan esperado llegó. El castillo de Inverness era todo un hervidero, los cocineros y sirvientes iban de un lado a otro con cientos de charolas las cuales contenían platillos deliciosos. Definitivamente Kathleen Ardlay poseía gustos excelentes.

En una habitación de gran tamaño, en donde el azul celeste predominaba, un Archie sumamente nervioso era vestido por su ayuda de cámara y amigo Lance. Se sentía incrédulo al sentirse como un crío miedoso, y aunque sabía que todo saldría bien. Algo en su interior le decía lo contrario.

—Tranquilícese señor. Verá que todo saldrá tal cual lo ha planeado—reconforto Lance.

—Eso intento. Pero me es imposible. Espero ser un buen esposo para Annie.

—Y lo será mi señor. Estoy seguro de ello.

—Gracias Lance por estar siempre conmigo. Me has acompañado por más de veinte años. Eres parte de mi familia.

—Usted ha sido un gran amo. Yo soy el que le agradece.

—Bueno, aparte de nerviosos no quiero ponerme nostálgico—bromeó por fin.

Tras haberle atado aquella pañoleta de un blanco inmaculado y darle un último vistazo al magnifico traje negro de tres piezas, el ayuda de cámara le dio sus más sinceras felicitaciones, así como le rogaría a Dios padre, colmara de bendiciones a su amo, se lo merecía, era un hombre benévolo y justo. Ambos caballeros tras estrecharse las manos y darse un abrazo fraternal, salieron rumbo a la capilla de San Rule, misma en donde se efectuará la ceremonia religiosa. Un carruaje elegante, tirado por seis caballos, ya esperaba en el patio central.

Apenas los pasajeros abordaron el elegante vehículo, este se puso en marcha, en el trayecto, se podía apreciar una cantidad impresionante de gente aglomerada en las calles, la cual vitoreaba el nombre del joven y apuesto conde, mientras que algunos buscaban la manera de acercarse. Archie, con su típica sonrisa seductora, saludaba a todos.

Mientras tanto en el castillo de Lakewood, una Annie, enfundada en un primoroso vestido de novia, decorado con piedras preciosas y bordado en hilo de seda, lloraba de felicidad, se sentía dichosa y bendecida, por finalmente, contraer nupcias con el que siempre consideró el hombre de su vida. El conde de Argyll, era todo lo que cualquier mujer pudiera desear, no solo era rico y apuesto, también era culto, educado, benévolo, trataba a todos con respeto, sin importar las clases sociales, pero lo más importante, él nunca se vio inmiscuido en escándalos de faldas o infidelidades. hacia la que a partir de ese día sería su esposa.

Candy, no pudo evitar sentir algo de celos, pues meses atrás, su boda en vez de haber sido un evento que le trajera alegría, había sido todo lo contrario, se recordaba a sí misma sola en su habitación llorando y añorando tanto a su tierra como a su preciada libertad.

Una Duquesa Rebelde (Terryfic)  Ya en físico por Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora