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Candy por primera vez le encontraba algo bueno al estar casada, pues de ese modo ya no sería presa de las atenciones de los caballeros indeseables, además de que tenía la libertad de poder asistir a las fiestas sola, a excepción de esta, pues si bien la soberana había enviado una invitación muy especial a los ahora esposos. Lord y lady Grandchester, asistirían a su primer evento social como marido y mujer. Desde luego que todo Londres se encontraba expectante por su presencia. Las mujeres hipócritas rogaban porque lord Grandchester detestara a su esposa y que estuviera en busca de algunas amantes, pues eso hacían todos los nobles una vez casados y desde luego que ellas no perderían la oportunidad de ofrecerse en bandeja de plata.

El conde de Argyll se alegró de ver a su prima, para él había sido una eternidad desde la última vez que la vio, aunque en realidad solo habían transcurrido unos cuantos días. Sin importarle el protocolo, se abalanzó a ella y la abrazó cariñosamente, definitivamente la echaría mucho de menos cuando regresara a su natal Irlanda, el pensar en la inevitable despedida le afligía demasiado, pero no podía demostrarlo.

—Te ves preciosa—expresó con orgullo el joven conde, mirándola de arriba abajo—. Sin duda el matrimonio te ha sentado de maravilla.

—Me temo que estás exagerando.

—¿En dónde está vuestro flamante esposo?

Candy extrañada miró a su alrededor buscando a Terry, quien hacía unos segundos se encontraba atrás de ella—. Qué raro—espeto, buscándolo con la mirada por todo el salón.

—Lamento haberme desaparecido, pero debía saludar a unas amistades—respondió rápidamente—. Es un gusto volver a verle milord—saludo, haciendo una leve inclinación.

—El placer es todo mío lord Grandchester.

—¿Pero de qué estaban hablando? cuestiono Terry interesado.

—Le comentaba a mi queridísima prima que el matrimonio le ha sentado de maravilla, se ve realmente encantadora.

—En eso tiene toda la razón, milord. Soy afortunado de tener una esposa no sólo inteligente, sino también muy hermosa—dijo con orgullo.

—Disculpen que os moleste, lord Grandchester, lady Grandchester. Vuestra majestad os quiere ver en privado—informó uno de los sirvientes, quien hizo una leve inclinación.

—Enseguida vamos—. Si nos disculpas Archie—se excusó ella con pesar.

—Os irá bien—aseguró el joven conde.

—Dios padre te escuche.

—Por aquí por favor—indicó el sirviente—. Terry de la manera más galante le ofreció el brazo a su esposa, quien desde luego lo aceptó. Ambos caminaban detrás del sirviente sumidos en un extraordinario mutismo, ya que con la soberana todo podía suceder.

Una Duquesa Rebelde (Terryfic)  Ya en físico por Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora