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El primer rayo de sol entró por la ventana de la habitación, haciendo que esta se tornara de un color amarillo. En el mismo momento en que Terry se daba cuenta de que estaba solo, Candy salió del vestidor, enfundada en un precioso traje de montar confeccionado con seda verde.

—No te permitiré desperdiciar un solo momento de este día glorioso—dijo con una expresión desbordante de picardía, tomó las sábanas de seda en el pie de la cama y, haciendo un rápido movimiento con las muñecas, las apartó del todo.

—¡Dios misericordioso! —exclamó Terry incrédulo—. Te desconozco Candy.

—Estamos en Escocia. Debemos disfrutar de las maravillas que nos ofrece.

—¿Qué te gustaría hacer hoy? —preguntó, poniéndose de pie y depositando un dulce beso en la comisura de los labios de ella.

—Deseo que salgamos a caminar.

—Entonces, sus deseos son órdenes madame—expresó con solemnidad.

—Te espero en el recibidor.

—De verdad, estás impaciente por salir—dijo con ironía.

Candy no hizo caso del último comentario de su esposo, así que, sin más, bajó al recibidor, en donde lo esperaría pacientemente. Aunque la realidad fuera otra, estaba nuevamente en su hogar, era feliz por ello, quería mostrarle a su esposo todas las bellezas que su tierra le ofrecía.

—Agárrate—advirtió Terry, inesperadamente, cargándola como si de un costal de papas se tratara y salía a galope de la estancia. Ella ni siquiera tuvo tiempo para objetar, hasta que él se tropezó con un escalón, mismo que se encontraba en la salida de la residencia.

—¡Ay! —gritó Candy, cayendo sobre él.

—Yo amortigüe tu caída—se defendió él riendo.

—¿Tú, amortiguar? ¡Si eres más duro que el suelo!

—Eso, ya lo has comprobado—respondió con gran picardía, guiñándole un ojo.

Uno de los sirvientes apareció en la entrada, seguido por dos perros, que, al ver a ambos en el suelo, se unieron a la diversión. El galgo, extasiado se echó de espaldas y manoteo en el aire. El lebrel gris se sentó sobre el regazo de Candy y le lamió la oreja con delicados toques de su lengua rosada.

Terry, le tomó la mano, ayudándola a ponerse de pie y echaron a correr hacia las caballerizas, seguidos por los perros. Candy, solo reía al mismo tiempo que trataba de calmar su respiración. Uno de los mozos ensillo dos caballos. Una vez listos, ella montó el suyo a horcajadas.

—No es propio de una dama montar a horcajadas—espeto Terry con fingida indignación.

—No pretendo ser una dama. Al menos, no mientras estemos en Escocia. Además, solía montar a pelo.

Una Duquesa Rebelde (Terryfic)  Ya en físico por Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora