Capítulo 1: Fernando

803 35 41
                                    

Fernando

Manhattan, New York.

El ruido de la lluvia golpeando la enorme ventana de mi oficina me envolvía por completo; los truenos y los relámpagos llenaban el cielo, representando con precisión mi estado mental. La ciudad continuaba su ajetreo diario, completamente ajena a mi tortura. En la calle podía ver la gente caminando, taxis corriendo, y dos accidentes de tráfico en extremos opuestos de la misma intersección. Hasta acá arriba no se escuchaba la vida de allá abajo, pero sé que son gritos de gente malhumorada, cláxones de carros con más prisa de la que tiene sentido, y el murmullo de cientos de personas viviendo sus vidas sin pensar en los demás.

Quizá este era un día hermoso para muchos, pero yo no le veía fin. Son pocos los recuerdos que tengo de aquel horrible día porque tienden a mezclarse unos con otros, pero nunca fallan en atormentarme con intensidad en días como hoy. Días oscuros y lluviosos, donde pierdo el control de mis pensamientos; pierdo el enfoque de mis prioridades. Parado frente a la gran ventana de mi oficina que me proporciona una vista majestuosa sobre la ciudad de Manhattan, la lluvia revuelve los recuerdos en mi mente. Recuerdos que están llenos de dolor, porque en mi vida no ha existido otra cosa.

El recuerdo de mi padre en su lecho de muerte a los pocos días de yo levantarme del mío, llenó mi mente. Mientras yo estaba lejos peleando, y verdaderamente sintiéndome más útil que en toda mi vida, mi padre no había querido agobiarme con sus problemas de salud. La realidad es que, a los pocos meses de mi partida a medio oriente, le encontraron un tumor cerebral que acabó con él lentamente. Días lluviosos como hoy me recuerdan claramente el día que regresé del hospital militar en Alemania donde estuve tres meses luchando por mi vida y lo encontré postrado en su cama. Nuestra relación siempre fue difícil y fría, pero, aun así, me dolió mucho verlo tan débil y acabado. Aún puedo escuchar su débil voz recordándome con su último suspiro la misma letanía que me había repetido desde que cumplí la mayoría de edad y decidí enlistarme en el Cuerpo Marino de este país. "Fernando, la muerte antes que el deshonor no es una ley de vida."

Yo sé que él nunca estuvo de acuerdo con mi decisión de ir a la guerra. Especialmente porque me enlisté después de una fuerte pelea con él, pensando que sería la mejor forma de huir de él y todas sus expectativas para mi vida. Pero ¿que se supone que haga yo con eso? Esas palabras solo las dijo para atormentarme por el resto de mi vida. Estoy convencido. Porque Don Humberto Mendiola, exitoso hombre de negocios, conocido en todo Manhattan por sus tendencias anticuadas y machistas, no podía ser alguien que supiera nada del amor. Después de todo, su mujer lo abandonó con un niño de tres años que él no tenía ni la más mínima idea de cómo criar. Si no hubiese sido por mi adorada nana, mi Irmita linda, creo que él ni siquiera me podría haber alimentado por su propia cuenta.

No tengo ni idea de qué es el amor; cómo se da o como se recibe... todo es un misterio. Realmente, si no fuera por mi adorada Irmita, tendría la absoluta certeza de que el amor no existe. Pero Irmita me ha enseñado que el amor es real, porque solo el amor llevaría a una mujer como ella a soportar el abuso laboral de mi padre solo para asegurarse de mi bien estar. Aún sin tener la menor idea de qué es amar, tengo muy claro que lo que siento por ella es amor. Mi Irmita ha sido mi madre, y en muchas ocasiones mi padre también. Aunque el apellido de mi familia me ha abierto todas y cada una de las puertas de Manhattan, es a la crianza de ella a la que debo mi éxito y poder. Ella me enseñó todo lo que un hombre necesita aprender. Fue ella quien me enseñó a ahorrar prudentemente el dinero que mi padre derrochaba a manos llenas, a cuidarme de mujeres ambiciosas, y a saber elegir cuales riesgos merecían la pena y cuales eran simplemente locuras disfrazadas de buenas oportunidades. Mi Irmita es la mujer más sabía que he conocido, y creo que las he conocido a todas gracias a la puerta revolvedora que parecía haber instalado mi padre en la entrada de nuestra casa.

Ella y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora