Capítulo 44: Leticia

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Lety

Un tiempo después...

Fernando no era nada si no un hombre de su palabra... hasta que dejó de serlo. Los primeros meses fueron tal y como lo había prometido. Comunicación diaria, la ocasional video llamada... Hasta el día que nació Logan. Mientras había sido el día más feliz de mi vida, también había sido el más triste. Un simple "los amo más que a mi propia vida" fue la única respuesta que recibí a la docena de fotos que le mandé a Fernando el momento que Irmita me había intercambiado a mi bebé por mi teléfono... pero desde entonces todo se había convertido en un ensordecedor silencio...

Ante todo el mundo mi cara era una máscara de valentía y orgullo. Conceptos estaba arrasando con todas las propiedades de Manhattan. Irmita estaba llena de salud. Miguel y Román se estaban pudriendo en la cárcel desde hace dos años. Tomas había regresado a casa...

Todo parecía continuar su camino. Todo tenía que continuar su camino. Y por eso hoy pasaríamos la tarde Irmita, Logan y yo en la banca donde usualmente alimentábamos a los patos, el lugar donde me convertí en la señora de Mendiola, celebrando el primer cumpleaños de mi hijo... sin su padre. Pero para poder ponerme mi mascara de paz y tranquilidad y celebrar con lo que quedaba de mi pequeña familia, tenía que poder salir de este gimnasio donde me encerré desde anoche.

En las noches, las duras y solitarias noches... cuando Irmita y Logan dormían en sus cuartos los recuerdos me atacaban como una avalancha sin misericordia sobre mi alma y solo había un lugar donde podía desahogarme. Nuestro lugar. El gimnasio y los sacos de boxeo que habían sido nuestros terapeutas por gran parte de nuestra relación.

Yo lo mandé a esa guerra. Punch.

Por mi culpa mi hijo crecería sin su padre. Punch.

La culpa no me dejaba dormir. Punch.

La culpa no me dejaba vivir. Punch.

Yo lo mandé a su muerte. Punch.

Yo lo maté. Punch.

La bandera estadounidense en el triángulo enmarcado que me entregaron aquellos soldados al aparecer en mi puerta hace un mes me daba toda la razón. Toda esa semana estuvo lloviendo en la ciudad sin la más mínima pausa. Era como si el cielo estuviese llorando por mi porque mis fuerzas estaban invertidas en aparentar una fuerza que no sentía.

La bandera, desde la pared donde la había colgado, me devolvía mis reclamos y me daba la razón. Irmita no había entendido por qué la quería en el gimnasio de todos los lugares. Ella no sabía que el gimnasio fue donde aprendimos a conocernos. Y ella no necesitaba ser parte de mi ritual nocturno. Ella no necesitaba saber que fui yo la culpable de su muerte.

"Él no está muerto." La voz de Tomas retumbaba en mis oídos tan clara como aquel día. "Desapareció en un acto de guerra. El ejercito necesita declararlo muerto para dejar de buscarlo y continuar con sus protocolos."

"No seas denso Tomas. Si Fernando estuviera vivo, ya hubiera regresado a mi lado." Le grité desconsolada.

Eduardo me había escrito una carta hace unos días para darme su versión de los hechos, aunque eso significaba poco para mí. Fernando Mendiola salió del campo de comando el día del nacimiento de Logan y nunca regresó. De acuerdo con Eduardo, salió desesperado por completar su misión para regresar a casa. Salió con su objetivo en la mira y nadie lo volvió a ver. La teoría militar es que los integrantes de la célula descubrieron su identidad y lo enterraron en alguna parte inexplorada del inmenso desierto. La teoría de Eduardo y de Tomas, es que su infiltración fue tan experta que sigue en esa célula sin poderse comunicar. La teoría de Irmita es que está perdido en el desierto luchando por regresar a casa... Pero mi hijo y yo no podemos vivir de teorías e ignorar la realidad.

Ella y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora