Fernando
Abrí la puerta del diner indicándole que pasara frente a mí y me pareció verla sonrojarse. Me pasó por la mente que una muchacha tan inocente como ella no estaba acostumbrada a recibir tratos así, mucho menos de su jefe, pero a mí, mi nana me había criado de la forma correcta. Al entrar, me sorprendió como los empleados la saludaron con cálidas sonrisas y la camarera le dijo que su butaca favorita estaba disponible.
Evidentemente Leticia venia aquí a menudo, y no fue difícil notar por qué. El ambiente era antiguo, pero acogedor. Las butacas eran del clásico cuero rojo, sobre un piso laminado de cuadros blancos y negros que nos transportaron a los ochenta inmediatamente. Los cuadros en las paredes eran de carros antiguos y películas clásicas que me recordaron las historias que me contaba mi Irmita del Old New York. De no ser por la compañía de Lety, habría estado seguro de que me metí en una maquina del tiempo.
Apreciando el acogedor lugar, seguí a Lety hasta la última butaca del lugar que quedaba justo en frente de las amplias ventanas que permitían una vista de la calle. La lluvia por fin había cesado, pero la humedad envolvía la ciudad y las imágenes eran interrumpidas por las gotas que resbalaban por el frio cristal.
Situaciones como estas eran incomodas para mí. Algo tan sencillo como escoger el asiento en un restaurante se volvía una tortura cuando tu cerebro no dejaba de gritarte que darle la espalda a la entrada te dejaba en una posición vulnerable al enemigo... A lo mejor para el mundo entero yo había regresado de la guerra... sin saber que la verdadera guerra la libraba a diario en mi mente. Disimuladamente llevé mi mano a mi cintura y sentir el frio metal del arma de fuego que cargaba a todas partes hizo poco para calmar mis nervios. Para mi tranquilidad y sorpresa, Lety escogió el asiento opuesto, permitiéndome a mi tomar el asiento que me daba dominio sobre mis puntos ciegos. La miré curioso, pero cuando ella iba a hacer un comentario, la mesera nos interrumpió.
"Lety, que gusto verte. Ya tenías días sin visitarnos." Una amable camarera con un uniforme de líneas rojas y blancas, que incluía un delicado delantal bordado y patines, le sonreía sinceramente.
"Ni tantos Nina. He tenido mucho trabajo. Ya sabes cómo se pone la ciudad cuando se acerca el fin del año."
"No le eches la culpa ni a la ciudad ni a la fecha. Tu jefe es un abusador. Mira que..."
"¡Nina!" Lety la reprendió como la mejor de las amigas, sonrojándose en el proceso. "Permíteme presentarte al señor Mendiola." Me señaló con la mano abierta. "Mi jefe." Dijo con una risa infantil antes de morder su labio inferior. ¿Siempre había sido tan tierna? ¿Cómo es que nunca lo había notado?
"Ay no seas payasa Lety. El señor Mendiola jamás entraría a este humilde establecimiento. Sus trajes son más caros que el edificio completo."
"Solo en lo último tiene razón señora. Fernando Mendiola, un placer." Le extendí la mano y pude ver como el color desaparecía por completo de su rostro mientras me extendía la suya. No sé qué había cambiado en mi esa noche, pero me sentía tan ligero que tomé su mano y posé un delicado beso sobre sus dedos. Mi nana habría estado muy orgullosa de mí.
"Me... Ma... No..."
Apreté mis labios para esconder la sonrisa que me provocó la reacción de la pobre camarera.
"Nina no seas grosera. Mi jefe no muerde."
"No si no temo que me muerda. Temo que mande a demoler el edificio gracias a mi lengua larga." Que señora tan graciosa.
"No se preocupe señora, tengo pertenencias mucho más valiosas. Mis trajes, por ejemplo."
"Ah, con que chistosito el señor." Nina se dio la vuelta murmurando solo ella sabe que cosas, y la risa de Lety llenó mis oídos. La sonrisa que se dibujó en mi rostro me tomó por una agradable sorpresa.
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Ella y Yo
FanfictionControl. Dinero. Honor. Lealtad. En la vida no importa nada más. O de eso juraba estar convencido Fernando Mendiola cuando examinaba su vida. El era un hombre misterioso, temido por todos y comprendido por nadie. La lealtad era su compás moral y su...