Capítulo 5: Fernando

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Fernando

Después de mi encuentro tan extraño con Leticia, me fui a casa aún preocupado por ella. No sé por qué, después de lo que pasó en el gimnasio, la forma en la que se fue y aquel carro rojo me habían dejado un mal sabor de boca. Cuando llegué a casa, esperaba encontrarme a una Marcia enfurecida, pero para mi sorpresa lo que encontré fue una nota donde me decía que salió de viaje a una pasarela en Milán, y que nos veríamos la próxima semana. ¿No me había dicho que tenía algo importante que decirme? Bueno, si se fue a Milán sin tan siquiera llamarme, no debe ser tan importante.

A pesar de estar solo y sin tener que preocuparme por los intensos cambios de humor de Marcia todo el fin de semana, una parte de mi estaba muy intranquila. Y cuando me ponía a analizar el por qué, no me podía deshacer de esa sensación, mis pensamientos siempre terminaban en la misma persona; Leticia Padilla Solís.

El sábado lo pasé tranquilo en casa, haciendo de todo y nada a la misma vez. Pero, aun así, mis pensamientos estaban dominados por mi asistente. Se podía decir que estaba preocupado por ella. Lo que me incomodaba era no saber de dónde provenía esa preocupación, porque sinceramente era nueva. Llamé a Carvajal dos veces buscando distraerme, pero una grabación me decía que su celular estaba fuera del área de cobertura. Quien sabe a dónde se fue a meter... y con quien.

El domingo ya no me soportaba a mí mismo, y decidí ir a visitar a mi nana. Algo de lo que me arrepentí rápidamente, porque al llegar a su casa demasiado temprano, me arrastró con ella a la iglesia. Y mi fastidio no provenía de que fuera un hombre que no creía en Dios. Al contrario, creo tanto en El, que sé que a mí no me está esperando con los brazos abiertos. El asesinato es pecado, y mis manos tienen muchos años manchadas de sangre inocente... Pero ese es un peso que a mi dulce Irmita no le corresponde cargar. Así que apreté los dientes, le extendí mi brazo, y entramos a la iglesia. Su sonrisa era la de toda madre orgullosa. Me presentó con todo el mundo. Las señoras le llenaban los oídos de cumplidos que la sonrojaban, y los señores me miraban de lejos intentando descifrarme, y frustrándose al no lograrlo.

"Fernando, hijo, quita esa cara por Dios. Tienes una sonrisa perfecta. Sácala a pasear un rato." Me dijo apretándome una mejilla cuando nos sentamos. Que suerte tenía esta mujer que la amara tanto.

"Nana, para sonreír se necesitan motivos."

"Ahí vas con tu cuento otra vez. Mi niño. Si tú te pudieras ver a través de mis ojos..." Su voz se entrecortó y me sentí culpable inmediatamente. Ella era la única persona en toda mi vida que se había preocupado tanto por mí, que, a pesar de no conocer mi dolor o tortura, sufría al verme tan infeliz. ¿Qué me costaba regalarle una sonrisa a la mujer que me había amado incondicionalmente a pesar de mis faltas? Absolutamente nada.

"Ya nana. No te pongas triste." Abracé sus hombros y levanté su rostro con mi dedo índice para reglarle una sonrisa.

"Bueno. Peor es nada." Me dio un beso en la mejilla, y supe instantáneamente que no la había engañado en lo absoluto.

Me acomodé en mi silla, y justo cuando me disponía a sacar mi teléfono para distraerme, de las bocinas comenzó a salir una melodía muy familiar. De inmediato la iglesia fue remplazada por un desierto soleado, y la tensión se apoderó de mi cuerpo.

* * * FLASHBACK * * *

"¡Mendoza, ya cállate quieres!" Le di una patada a mi spotter.

"Que amargura Mendiola. ¿Qué no conoces la canción del Rey David?"

"Mendoza, ¿a ti quien te dijo que a mí me importa quien la escribió? Me distraes. Llevamos dos días en este cerro, y un descuido de nuestra parte puede acabar con la vida de toda la unidad. Concéntrate." Mendoza y yo llevábamos más de un año trabajando juntos y éramos el mejor equipo de francotirador y spotter de nuestra unidad. Pero cuando los días se mezclaban unos con otros en el desierto, le encantaba sacar su harmónica y entonar ese famoso canto.

Ella y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora