Capítulo 39: Leticia

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Lety

Eduardo Mendoza no era para nada lo que yo me había imaginado. En mi mente, él era un hombre tan oscuro y cerrado como todo soldado de carrera perpetua, pero la realidad era otra. Eduardo había viajado el mundo sumergiéndose en culturas diferentes y tenía una sonrisa y una paz que contagiaban a cualquiera. Su sabiduría parecía provenir de un lugar más allá de las cosas vistas en su carrera y su calma no parecía tener fin. Pasamos toda la noche escuchando sus historias y conocer a Fernando a través de sus ojos fue una experiencia inexplicable.

Realmente no supe en qué momento me quede dormida, pero recuerdo claramente como Fernando me metió en nuestra cama a altas horas de la madrugada. Cuando miré el reloj, eran casi las diez de la mañana. ¿De dónde había salido tanto sueño? Últimamente solo quería dormir y si me quedaba en la cama seguramente me volvía a quedar dormida, así que decidí levantarme y comenzar mi día. Fernando no estaba en la habitación, pero no era para sorprenderme. Teniendo a Eduardo en casa, milagro fue que durmiera a mi lado.

Después de bañarme y vestirme con jeans y una camiseta de rock 'n roll, bajé las escaleras silenciosamente en busca de Fernando y Eduardo. A media escalera, sus susurros me alcanzaron y una sonrisa se dibujó en mi rostro.

"Yo no puedo hacer lo que me pides Mendoza." La voz de Fernando sonaba atormentada.

"¿Es por ella verdad?" Su pregunta me detuvo en seco.

"No lo digas así." Fernando exclamó frustrado y aunque no lo podía ver, sabía que su rostro estaría tenso.

"¿Así como?" La voz de Eduardo era fría, nada que ver con el hombre que conocí anoche.

"Como si estuviera traicionando mi patria por una mujer. Yo la amo Eduardo. No puedo hacerle esto."

"Precisamente porque la amas tienes que hacerlo. Esto no se trata de honor patriótico por Dios. Entiende Mendiola, ese clan te tiene en la mira, y tu no has mantenido un perfil anónimo todos estos años. Si para mí que he vivido bajo una roca los últimos diez años no fue difícil dar contigo, te podrás imaginar cuanto más fácil será para ellos cuando descubran tu identidad. La única ventaja que tienes es que ellos no saben quién estaba detrás de ese rifle. Cuando lo hagan... creo que sabes hasta donde son capaces de llegar. No tienes mucho tiempo." Mi estomago se revolvió dolorosamente ante la posibilidad de peligro. No necesitaba todos los detalles para entender que alguien del pasado tenía una vendetta en contra de Fernando y la repentina llegada de Eduardo era una advertencia, no una visita social.

"Eduardo yo no voy a regresar a una zona de guerra a matar a más personas solo porque me quieren matar a mí. Cuando yo maté a ese niño, lo hice para salvar nuestras vidas. Jamás me espere que doce años después, un hermano que jamás me imagine que tuviera, todavía estaría pensando en vengarse del soldado estadounidense que acabó con su vida."

"Si el da contigo, no te va a matar a ti. Va a matar a Lety, a Irmita, y a cualquier otra persona que ames y lo hará de la forma más cruel y penetrante para que sientas su dolor y vivas con él para siempre. En su mente, tu no solo mataste a su hermano; también a su madre. El que ignore por voluntad propia o por falta de información el hecho de que ellos nos habrían matado a nosotros, no cambia el que su meta es la venganza..." Horribles imágenes de masacres, guerras, y devastación se apoderaron de mi imaginación y no pude escuchar más porque tuve que salir corriendo al baño para devolver los contenidos de mi estomago aun vacío.

Yo nunca había sido una persona débil; mi vida no me lo había permitido. ¿Entonces porque estaba encerrada en mi baño llorando como bebé después de vomitar ante la posibilidad de peligro? Ya fuese que Fernando regresara a los Marines o que alguien estuviera tras nosotros... nada de eso era nuevo. Por lo que alcancé a escuchar, el hermano de aquel niño que lo había atormentado por tantos años tenía sed de venganza. Mi pobre Fernando tomó la decisión de salvar su vida y la de sus compañeros de guerra, y ahora nuestra paz y seguridad estaban en peligro. ¡No era justo! Fernando le había dado todo de sí mismo a esa guerra. ¿Por qué era que no podía dejarla atrás? Estados Unidos ni siquiera seguía metido en ese conflicto... ¿o sí? Otra honda de nausea se apoderó de mí, pero mi estomago estaba completamente seco. Débilmente me puse de pie, solo para perder el balance y tumbar la estantería del baño en mi intento de prevenir mi caída.

La estantería no contenía muchas cosas, pero lo que había caído al piso llamó mi atención de una forma alarmante. Mis productos de cuidado sanitario estaban esparcidos ante mí, y alarmas sonaron en mi mente al no poder recordar la última vez que los había usado... ¿Un mes? ¿Dos meses? ¿Por qué no podía recordar?

Sería que...

No.

Imposible.

Yo me tomo la píldora religiosamente. Nunca he fallado una sola dosis desde que comencé a tomarla hace casi un año.

Pero también me he enfermado. Hace... unos meses, cuando aún hacía frio, me dio una infección de garganta horrible... y el doctor me advirtió que los antibióticos contrarrestan el efecto de la píldora... pero no. No. Porque tuvimos cuidado... casi siempre.

Esto no podía estar pasando. No ahora.

Frenéticamente abrí el gabinete debajo del lavamanos en busca del chistecito de Irmita. Desde un tiempo para acá, a Irmita le ha dado con pedirnos nietos. Dice que no le queda mucho tiempo en esta tierra, y que quedaría en nuestra conciencia si ella se va de este mundo sin conocerlos. Así que, para presionarnos, cada vez que nos visita nos trae chupones o ropita de bebé... o para mi suerte, hace como dos semanas llegó con una caja de pruebas de embarazo entre los brazos de un oso que parecía estar rogando.

Fernando había subido la caja esa noche diciéndome que con el no habría ningún problema el día que esas pruebas dieran positivo... pero estoy segura de que jamás se imaginó que podrían dar positivo el mismo día que tendría que decidir tomar una misión más o esperar que las consecuencias de misiones pasadas lo alcanzaran.

Ella y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora