LetyCon cada minuto que pasaba, la oscuridad se alejaba de mí, dejando un penetrante dolor de cabeza en su lugar. Aún con los ojos cerrados, la luz que me rodeaba era demasiado fuerte, demasiado brillante. Podía sentir el latido de mi corazón en la cabeza, y aunque era señal que sobreviví el castigo de Miguel después de negarme a pedirle a Don Fernando que me pagara extra por el viaje, el dolor era insoportable.
Recobrando la noción de mí, tomé inventario de mi cuerpo. Todo me dolía, la cabeza más que nada, pero también sentía como si mi espalda ardiera en fuego. Mis extremidades parecían estar en su lugar. Abrí los ojos lentamente y parpadeé varias veces antes de lograr aclarar mi visión. La luz no era tan insoportable como pensé. Solo había una lampara que alumbraba suavemente desde la esquina de la habitación que asumía era de hospital al escuchar el drip, drip que seguramente provenía del suero que estaba quemando mi mano. Quise traer mi otra mano a mi cabeza, pero estaba aprisionada bajo un fuerte peso.
Algo desorientada y confundida, moví mi cabeza en busca del problema, y el culpable me robó la respiración. Dormido sobre mi mano, sosteniéndola fuertemente entre las suyas, estaba Don Fernando. Sus ojos estaban cerrados y su respiración era estable, pero las líneas de intranquilidad y preocupación estaban marcadas claramente en su rostro. Mi corazón dio un salto inestable al darme cuenta de que no estaba sola. Para mí no era extraño despertar en un cuarto de hospital después de un enfrentamiento con Miguel, pero era la primera vez que despertaba con alguien sosteniendo mi mano como si su vida dependiera del contacto. Un recuerdo lejano llegó a mi antes de que me pudiera preguntar que hacía Don Fernando a mi lado. Yo lo llamé.
Cuando recibí su mensaje acerca de la película, la risa que escapó de mi pecho fue la gota que derramó el vaso que contenía toda la furia reprimida de Miguel. Aún no entiendo que tiene de malo que me ría o disfrute la vida como lo había comenzado a hacer en los últimos meses. Creo que empezó a sentir que perdía el control sobre mí que mi padre le había entregado al firmar nuestro certificado de matrimonio unas horas antes de tomar su ultimo respiro. Mientras hubo dinero, Miguel nunca me maltrató. Era obvio que no me amaba, y realmente lo único que yo he sentido por él fue la admiración en esos primeros meses cuando me trataba como reina al imaginar los ceros que representaba. El negocio de mi padre se sostenía por pura lastima de sus clientes, y al él morir, la lealtad de ellos fue enterrada con él. El negocio se perdió en un par de meses y el fondo que había dejado mi padre solo nos duró un año. Por suerte, o por gracia, duró el tiempo necesario para que terminara mis estudios avanzados y pudiera comenzar a trabajar.
Cuando llegué a Conceptos, descubrí una nueva forma de respirar. Podía pasar horas lejos de Miguel, quien mientras le entregara mi sueldo me dejaba en paz la mayor parte del tiempo. En la empresa podía ser otra persona. Mis compañeros me admiraban y buscaban mis consejos. Mi jefe, a pesar de ser un hombre muy seco, siempre me hizo sentir especial. Miles de historias llegaron a mis oídos acerca del temible Don Fernando Mendiola a quien todo el piso le huía. No sé por qué, yo nunca sentí la necesidad de huir de él; siempre me había sentido segura cuando estaba cerca de él.
Por eso, cuando pude zafarme de las garras de Miguel y correr a mi habitación, en lugar de cerrar el mensaje y bloquear el teléfono, toqué su imagen de contacto sabiendo muy bien que eso iniciaría la llamada. Durante el viaje que hicimos a Seattle, Don Fernando se abrió conmigo y yo con él, y me pude dar cuenta que el realmente me entendería si decidiera a contarle mi absurda realidad. Él me dijo muchas veces cuan dispuesto estaba a ayudarme con mi situación a pesar de no conocerla. Cuando escuché su voz del otro lado de la línea, el pánico se adueñó de mí y le dije que lo había llamado por error. Realmente, ¿Qué esperaba que hiciera? No lo sabía. Pero el tiempo para pensarlo se terminó cuando Miguel tumbó la puerta y al ver su mirada, por primera vez en los últimos dos años que llevaba abusando de mí, le tuve miedo.
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Ella y Yo
FanfictionControl. Dinero. Honor. Lealtad. En la vida no importa nada más. O de eso juraba estar convencido Fernando Mendiola cuando examinaba su vida. El era un hombre misterioso, temido por todos y comprendido por nadie. La lealtad era su compás moral y su...